sábado, 3 de septiembre de 2011

LOS APRENDICES INOPORTUNOS


La democracia, el más justo y menos dado a los excesos de los sistemas políticos, cuenta entre sus grandezas la posibilidad de que cualquier ciudadano acceda a cargos de representación pública. Esa imprescindible apertura de la maquinaria de mando no se topa con más filtro que el de la nacionalidad y las sanciones penales y administrativas. Listos y tontos, hábiles e incapaces, honrados y corrompidos, tienen las puertas abiertas de par en par para convencer a sus iguales de que se hallan ante la persona idónea para manejar el timón de la nave. En tal tesitura, la virtud corre el riesgo de tornar en decadencia.
La mayoría de los ciudadanos que hoy en día se adentran en el laberinto político carecen de un bagaje vital, profesional y académico lo suficientemente extenso para ser plasmado en más de siete u ocho líneas de texto. Deciden dedicarse a tan honroso menester a muy temprana edad, las más de las veces ingresando en organizaciones juveniles vinculadas a partidos políticos poderosos, y a pesar de que en muchos casos atesoran el deseo de mejorar su entorno, la disciplina ideológica cuasi militar que caracteriza a tales organizaciones acaba matando cualquier atisbo de disentimiento.
El objetivo de los partidos es acaparar poder, el máximo posible y durante el mayor tiempo posible, porque el poder resulta imprescindible para justificar su propia existencia. En ocasiones, la única vía para lograrlo es exprimir las leyes, independientemente de cuál haya sido la voluntad de los electores y de si los necesarios aliados se encuentran en el vecindario o en las antípodas ideológicas.
Esas ansias de mando inmediato explican paisajes políticos como el que puede contemplarse estos días en el Cabildo de El Hierro, donde PSOE y PP se han unido para apartar del poder a la nueva presidenta nacionalista, cuya toma de posesión ha sido tan reciente, su gestión tan exigua, que sus verdugos han sido incapaces de argüir una sola razón de peso para justificar tamaña celeridad a la hora de guillotinarla.
El asalto al poder al menor resquicio, desde el mismo momento que las matemáticas políticas lo hagan posible y sin atender a situaciones reales de desgobierno, se ha convertido en un fenómeno intrínseco a la política canaria cuyos detractores probablemente mañana se conviertan en cómplices. Y viceversa. Y precisamente por ello, porque las hemerotecas existen, resulta tan grotesco escuchar los lamentos de quienes se rasgan las vestiduras por la actitud de unos consejeros insulares cuyo único pecado es seguir las enseñanzas del padre.

Santiago Díaz Bravo

ABC

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