sábado, 5 de noviembre de 2011

LOS CAMAREROS ERRANTES

Llega el invierno, con el invierno la nieve, y con la nieve la temporada alta de los hoteles y restaurantes de las montañas austriacas, incapaces con sus actuales recursos de hacer frente a la previsible avalancha de clientes. No les queda otro remedio que sumar a sus plantillas cocineros, camareros y recepcionistas. Ardua misión en un país donde el índice de desempleo se sitúa en un escuálido 4,8 por ciento, el más bajo de Europa, máxime cuando se ofrece un contrato por unos pocos meses. Si a tal circunstancia se añaden los exiguos niveles de paro de los Estados vecinos y el requisito de una experiencia contrastada, las opciones se aminoran y la única salida es mirar allende los Alpes, por ejemplo hacia esas islas del sur adonde han dirigido sus ojos en anteriores ocasiones con tan satisfactorios resultados.
Porque no es la primera vez que los patronos de Austria reclaman profesionales canarios, y es precisamente esa insistencia, motivada, según aseguran los propios empleadores, por la productiva experiencia de ejercicios pasados, lo que permite valorar en su justa medida a un ejército de especialistas que históricamente ha sufrido el vilipendio de los antediluvianos empresarios hosteleros del archipiélago, tan cortos de miras como faltos de escrúpulos, tan aficionados a contratar y despedir sin tomar en consideración que la calidad del servicio es su principal valor y la estabilidad en el empleo el asiento de dicha calidad, tan culpables como el que más de que la oferta turística haya emprendido la senda de la cutrez.
Eludamos la siempre perjudicial autocomplacencia y evitemos obviar que el fenómeno que nos ocupa viene motivado por la urgencia en emplear de unos y la necesidad de ser empleados de otros, pero tampoco pasemos por alto que en la Unión Europea conviven más de 23 millones de parados, un fatal registro que dota a los empresarios austriacos de un sinfín de opciones. Sin embargo, en ese mar de abundancia se han decantado una vez más por los profesionales canarios y han reconocido con ello lo que los obtusos hosteleros y restauradores de las islas se empeñan en ignorar, acaso porque ninguneando la labor de sus trabajadores se ahorran unos euros en las nóminas, acaso porque entienden que los destinos emergentes no representan competencia alguna, acaso porque están convencidos de que los turistas que están por venir se caracterizarán por un grado de transigencia tan desorbitado como el que exhiben los actuales, acaso porque, sencillamente, se han decidido a hacer bandera de su enervante impericia.

Santiago Díaz Bravo
ABC

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