sábado, 24 de diciembre de 2011

CABIZBAJOS E IRACUNDOS


A estas alturas de la historia, a los canarios nos une mucho más que el sentimiento de pertenencia a un pueblo que se asienta sobre siete agraciadas islas, un acento peculiar rebosante de encanto y un pasado a mitad de camino entre lo bueno, lo malo y lo peor: incluso entre los más afortunados, quien más, quien menos, cuenta con un familiar o un amigo en paro; quien más, quien menos, con un familiar o un amigo víctima de las arraigadas listas de espera sanitarias. Y poco importa que un señor o una señora que mandan mucho, a quienes se presupone conocedores de los intríngulis de casi todo, se planten ante un micrófono para tratar de mitigar la gravedad de lo grave e iluminar las sombras de un futuro cada vez más sombrío e incierto. Digan lo que digan, canten, griten o recen, de nada servirá si el familiar o el amigo continúa ansiando un empleo; de nada si pasan los días, las semanas, los meses, y el familiar o el amigo comprueba la exasperante lentitud del calendario cuando se espera por una consulta médica que ha dejado de ser un derecho inalienable para convertirse en una suerte de prebenda medieval. La desesperanza se ha adueñado de una sociedad con contundentes razones para permanecer cabizbaja.
Atrás quedan aquellos tiempos en los que la buenaventura propia entorpecía la visión de los dispendios ajenos. Si algún mérito cabe conceder a esta crisis económica que conturba los ánimos del respetable y los carga de alforjas repletas de frustración es la adopción de un espíritu crítico sin precedentes. Acaso la opinión pública se haya decidido de una vez a ejercer como tal, a jerarquizar lo que le rodea y diferenciar entre lo importante y lo accesorio, entre lo cierto y lo incierto, entre la verdad y la mentira camuflada entre ramos de azucenas.
Decisiones y prácticas de los poderes públicos que antaño se consideraban anomalías sin importancia dentro de un orden de las cosas cuasi perfecto, anécdotas en el más severo de los supuestos, son escrutadas hoy en día con la severidad que sólo es capaz de aplicar quien lame en carne propia las heridas provocadas por el desengaño y la incertidumbre.
Gobernar Canarias ha dejado de ser un juego de niños porque el castigo que espera a quien decepcione a los votantes, o más correctamente, a quien decepcione aún más a los votantes, se halla más cerca de la crucifixión que de unos leves azotes en las nalgas.
Santiago Díaz Bravo
ABC

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