sábado, 10 de diciembre de 2011

JUSTICIA Y JUSTICIA


Aunque parezca un contrasentido, los jueces no imparten Justicia: se limitan a aplicar la ley, que no es poco. La Justicia, en mayúscula, se sitúa por encima de la justicia, en minúscula, en parte porque las limitaciones del hombre imposibilitan la restauración de la equidad ideal, en parte porque, atendiendo a las palabras de Cicerón, “hacer depender la Justicia de las condiciones humanas es destruir la moral”. Por ello, aunque pueda parecer un nuevo contrasentido, la razón asiste tanto a quienes arremeten contra el escarnio que provoca la publicación del sumario del 'caso Las Teresitas' como a quienes defienden dicha publicación en tanto supone un ajuste de cuentas con un estado anómalo del orden debido. Razón en minúscula en la primera de las tesituras; en mayúscula en la segunda.
El hecho de que la policía judicial forme parte del imperfecto paisaje humano no debe ser óbice para presuponer la seriedad de un trabajo realizado con pautas científicas del que pueden extraerse conclusiones más o menos atinadas desde el punto de vista probatorio, pero irrefutables a la hora de describir la endogámica relación entre políticos, empresarios, periodistas y directivos de instituciones financieras. Guste o disguste, el sumario que estos días escudriñan algunos medios de comunicación se ha convertido en un folletín por entregas que revela las miserias de una sociedad donde la connivencia se ha adueñado de sus próceres y la plebe cuenta con motivos sobrados para la desconfianza.
La profusa fauna de personajes que pueblan el reparto de este melodrama de setenta mil folios, en cuya trama no faltan millonarios, sirvientes, advenedizos, oportunistas e intrigantes, evidencia la conformación de una casta dirigente que carece de escrúpulos y cuyos actos, hállense a uno u otro lado de la frontera que separa lo que es delito de lo que no lo es, cuando menos cabe considerarlos dentro de lo sonrojante y éticamente punible.
Y es que la justicia con minúscula, cuyas tomas de postura son legales, que no es poco, pero no necesariamente justas; cuya palabra es la última, pero no necesariamente la más importante; cuyas decisiones son órdenes, pero no necesariamente infalibles, acaso en esta ocasión haya impartido Justicia, con mayúscula, sin haber siquiera redactado los resultandos del fallo. Porque aún en el supuesto de que ni uno solo de los encausados termine entre rejas, el peculio atesorado permanezca inmóvil y el expediente judicial acabe durmiendo el sueño de los justos por falta de pruebas, que no de evidencias, al menos se habrán desenmascarado unos modos de proceder que, si bien pueden resultar compatibles con la legalidad, atentan contra las más elementales normas de buena conducta y señalan con diáfana claridad quiénes son los malos de tan horripilante serial.
Santiago Díaz Bravo
ABC

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