domingo, 22 de enero de 2012

CAMINANDO DEMASIADO TIEMPO HACIA NINGUNA PARTE


—¿Sigues trabajando?
—Y además cobro a final de mes.
Esta conversación, protagonizada por dos treintañeros en la cola de un hipermercado tinerfeño, refleja en pocas palabras el sombrío estado de ánimo de la población de las islas, embarcada en una travesía de dudoso destino con la única compañía de la inseguridad en las posibilidades propias y la desconfianza en la capacidad de maniobra de agentes sociales y poderes públicos. Si el estado de ánimo de una sociedad cabe considerarlo crucial para superar situaciones estructurales y coyunturales adversas, Canarias parece condenada a vagar durante largo tiempo por un desierto a cientos de kilómetros del mar, sin otra esperanza que la de hallar de vez en cuando algún oasis donde calmar la acuciante sed.
Medidas macroeconómicas aparte, la historia da fe de cuán determinante llega a ser el carácter de los pueblos a la hora de hacer frente a los contratiempos. Los milagros alemán y japonés serían difícilmente comprensibles sin tomar en consideración la extrema confianza de los derrotados en sus propias fuerzas y la asunción de los obstáculos como parte ineludible del devenir humano. Tal predisposición se vio potenciada en ambos países por dirigentes conscientes del momento histórico que les había tocado vivir y dispuestos a situarse a la altura de tan complicadas circunstancias. Desgraciadamente, por estos lares ni concurren ambos supuestos, ni se les espera.
En la cola de un hipermercado, en un encuentro casual entre amigos, en el recibidor de una consulta médica, en una reunión familiar, el sentimiento trágico de la vida que tan profusamente abordó Miguel de Unamuno parece haberse adueñado del antaño vivaz espíritu de los isleños. Quien más, quien menos, cuenta con algún pariente o amigo en paro; quien más, quien menos, ejerce de testigo de algún caso de penuria económica; quien más, quien menos, sufre de cerca el lacerante retardo de las listas sanitarias; quien más, quien menos, mira allende el océano a la búsqueda de la solución a sus males, igual que hicieron nuestros padres y abuelos.
Nos envuelve la sensación de que llevamos demasiados años caminando a toda prisa en dirección a ninguna parte. Nos preguntamos de qué sirvieron los desvelos de quienes nos precedieron, de qué nuestros propios esfuerzos. Y no nos valen respuestas ambiguas que convierten la desgracia de muchos en consuelo de tontos, porque si en otras latitudes andan mal las cosas, aquí andan peor.
Santiago Díaz Bravo
ABC

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