miércoles, 12 de enero de 2011

Llanto por el librero moribundo

Año nuevo, vida nueva, con la excepción del lector de libros electrónicos, que un año más, y van tres incumpliéndose las expectativas, ha vuelto a quedarse compuesto y sin comprador en las estanterías de los establecimientos comerciales. De que los vendedores confiaban bien poco en sus posibilidades de salida da fe el exiguo espacio de exposición que le dedicaron durante la pasada campaña navideña. Ello no quiere decir que su aún irrelevante protagonismo se haya estancado, y mucho menos que haya decaído, porque un repaso somero a las informaciones que han aparecido en la prensa durante los últimos días revela un sensible incremento en las ventas, aunque sin abandonar su papel de regalo segundón.
La carestía del aparato, la irrupción de las tabletas digitales, una suerte de maná de las nuevas tecnologías capaz de hacerlo casi todo, incluida la reproducción de una infinidad de formatos de lectura, y, principalmente, la carencia de una oferta de contenidos en español siquiera aceptable, ha propiciado que lo que se daba por hecho hace no demasiado tiempo, la conversión del lector de libros electrónicos en un electrodoméstico capaz de codearse con la televisión y el frigorífico, se haya tornado en un contundente querer y no poder.
Las culpables de la falta de títulos no son otras que las propias editoriales, que aún estando convencidas de las enormes posibilidades de negocio, hablan de ello con la boca chica y se han empeñado en poner en marcha una fórmula que, además de retardar la eclosión del mercado, contraviene la praxis lógica de las tecnologías vinculadas a internet, esto es, la eliminación de intermediarios.
Por nostalgia, acaso por miedo a una reacción airada de los minoristas que en el interludio ponga en peligro la supervivencia de las empresas, los más relevantes editores de la piel de toro se han unido junto a otros más modestos en torno a Libranda, una plataforma de venta de libros electrónicos que mantiene al librero como figura insustituible. Una loable y maravillosa iniciativa que ojalá triunfe, porque pocos personajes resultan tan entrañables para el lector como el amable asesor literario, pero si nos atenemos al devenir de los nuevos tiempos, con nulas posibilidades de éxito.
Hoy en día resulta inimaginable adquirir un pasaje aéreo electrónico a través de una agencia de viajes, por precio y comodidad, y porque para decidirnos entre un destino y otro contamos con toda la información que deseemos a través de cientos de miles de páginas de internet. Este ejemplo es aplicable al de los libreros. Y al igual que sobreviven ciertas agencias de viaje especializadas, también lo harán determinadas librerías, pero no permitamos que la añoranza nos ciegue: la mayoría están condenadas a cerrar sus puertas y convertirse en un grato recuerdo.
Santiago Díaz Bravo

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