martes, 18 de enero de 2011

TÚNEZ Y CANARIAS

SEAMOS SINCEROS: la imagen que la opinión pública europea tiene acerca de las sociedades magrebíes se halla plagada de tópicos manidos y triviales. A ojos de los autosuficientes ciudadanos del viejo continente, los pueblos del norte de África no pasan de ser un colectivo de autómatas temerosos de Alá cuya principal preocupación radica en no saltarse ninguno de los preceptivos rezos diarios. En la última década, una exacerbada tendencia a la sinécdoque nos ha llevado, incluso, a considerar al común de los norteafricanos como una suerte de terroristas en potencia que detestan cualquier cosa que tenga que ver con los estados occidentales, empezando por el sistema de libertades y el respeto al individuo. Precisamente por ello, la revolución ciudadana acaecida en Túnez, que tiene visos de convertirse en la antesala de la democratización política, económica y social del país, ha impactado sobremanera en una Europa que, por vez primera en su historia, se ha percatado de que los norteafricanos no son tan exóticos como se creía, que también aspiran a ser libres y a sentirse respetados por quienes les gobiernan. Pero acaso lo más llamativo sea que entre los sorprendidos cabe contar a los propios mandatarios europeos, empeñados en apoyar a regímenes dictatoriales o pseudodictatoriales con la excusa de la defensa de los intereses económicos patrios y la convicción de que, después de todo, siempre será preferible un mal menor que mantenga a raya a las peligrosas huestes integristas.
La revolución social, de carácter estrictamente laico, que ha tenido su origen en la autoinmolación de un informático en paro ya se ha dejado notar en los medrosos gobiernos de los países vecinos, que las ven venir y se han apresurado a anunciar medidas económicas que aplaquen posibles estallidos populares. Uno de ellos es Marruecos, cuyos dirigentes han mostrado su firme disposición a impedir el incremento del precio de los productos básicos. Sin embargo, al igual que ocurrirá con los restantes estados de la zona, no podrán impedir que los hechos de Túnez marquen un antes y un después. Los descontentos con el régimen que encabeza Mohamed VI ya disponen de un espejo donde mirarse, porque lo que parecía imposible hace sólo unas semanas, ahora se vislumbra como una seria posibilidad.
Lo que ocurra o deje de ocurrir en la nación alauita determinará en buena medida el futuro de Canarias, una región con una ingente necesidad de vincular su economía a la de los países del norte de África, con todo lo que ello implica. Si Marruecos acaba profundizando en su exigua democracia y abriéndose aún más a la inversión extranjera, quienes residimos en este archipiélago mantendremos una deuda impagable con los esforzados revolucionarios tunecinos.
Santiago Díaz Bravo
ABC

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