El
domingo era el día esperado. Los papás, con el gesto adusto de quien
pide decoro y prudencia, hacían entrega de la paga semanal: doscientas
pesetas que debían ser administradas con austeridad y sentido común
durante siete días. Los gastos de manutención, transporte y material de
estudio quedaban fuera de tal asignación. Aún así, los infantes,
manirrotos como éramos, ocupábamos la tarde del lunes hurgando en los
bolsillos del pantalón con la ilusa esperanza de tropezarnos con el
último duro.
Pérdida
accidental de monedas como consecuencia de un inoportuno agujero,
compra urgente de libretas que olvidábamos en el aula, irrefrenable
invitación a un helado a la compañera por quien bebíamos los vientos,
humanitaria y responsable aportación al Domund... Las excusas a las que
recurríamos para incrementar las dádivas paternas rebosaban a un tiempo
ingenio y sinvergonzonería. Qué remedio, había que sobrevivir hasta el
domingo a la salida de misa.
Años
más tarde, la metáfora del hijo pedigüeño se reproducía en buena parte
de los territorios que conforman esta piel de toro que tanta desazón nos
provoca en los últimos tiempos. La economía real, la que dicta la
sensatez y se ejerce desde la austeridad responsable de quien mantiene
presentes los altibajos de la vida, quedaba ensombrecida durante décadas
por la desfachatez del hijo vividor y la euforia de quien rebuscaba en
la cartera y siempre hallaba, acaso sin prever que los dobles fondos
algún día darían paso al definitivo, acaso haciendo la vista gorda ante
la evidencia de que un paternalismo mal entendido deviene en una
economía ficticia incapaz de hacer frente a los sinsabores de la
compleja adolescencia.
El
triunfo de la economía ficticia sobre la real, amparado por unas
administraciones empeñadas en hacerse notar incluso en aquellos ámbitos
donde ni deben llegar, ni se las debe esperar, ha tornado en la
proliferación de nichos improductivos que, echando mano del sabio dicho
popular, engañaron a muchos durante mucho tiempo, sobre todo a los
estadísticos, pero se revelaron incapaces de seguir engañando a todos
durante todo el tiempo.
La
recuperación económica de España en general, de Canarias en particular,
no será real hasta que lo ficticio desaparezca, hasta que la
intervención pecuniaria de los gobiernos se limite a los ámbitos que por
nula rentabilidad empresarial pero, sobre todo, por interés social,
deben disfrutar del protagonismo de los poderes públicos, hacienda
incluida. Y es que no es mejor padre quien se doblega ante los caprichos
de sus desbocados hijos, sino quien en ocasiones, aún a costa de
romperse el alma, les responde con un lacónico “búscate la vida”.
Santiago Díaz Bravo
ABC
No hay comentarios:
Publicar un comentario