domingo, 7 de agosto de 2011

CRÓNICA NEGRA DE LOS FIORDOS REVUELTOS

¿Es Anders Behring Breivik, el asesino que ha dejado anonadado a medio mundo por su frialdad y pericia, el reflejo de una sociedad sobreinteresada en los asuntos de índole policíaca y tendente por ello a la interpretación de la realidad bajo la influencia de tales asuntos? ¿Es, por el contrario, una consecuencia del bombardeo literario de la denominada novela negra nórdica? ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?
Hace un lustro, durante una plácida cena bajo el cielo tacorontero, una amiga sueca me confesó su adicción a la escritura de novelas negras. Por aquel entonces había acabado y pulido dos, pero jamás se había atrevido a enviarlas a una editorial. Se trataba de un mero pasatiempo del que tenían conocimiento unos pocos allegados, los mismos que gozaban del privilegio de leer sus textos. A pesar de que habíamos regado la cena con abundante vino, y de que los tintos norteños cuentan entre sus virtudes el homicidio de la inhibición y el desentumecimiento de la lengua, no cometí la osadía de rogarle que me dejara leer aquellas obras. Para ser sincero, tuvo bastante que ver mi absoluto desconocimiento de los idiomas escandinavos. Le expresé, no obstante, mi sorpresa por la querencia que una joven de apenas 30 primaveras, con un sinfín de entretenimientos a los que dedicar su tiempo, mostraba hacia tal género. La estupefacción alcanzó límites extremos cuando meses después me anunció que acababa de matricularse en un curso de detective privado. ¿Afición u obsesión?
Que las otrora idílicas sociedades sueca, noruega, danesa, finlandesa e islandesa se hallan en proceso de reconversión es vox pópuli. Aquel eficiente estado del bienestar con el que sorprendieron al planeta tras la Segunda Guerra Mundial se ha revelado insostenible para las arcas públicas a pesar de las contundentes cargas impositivas que soportan los abnegados contribuyentes, unas dificultades que han motivado un replanteamiento del papel protector del Estado y acaso figuren en la génesis del incremento de las tasas de delincuencia, los elevados índices de acoso escolar o el permanente aumento de los episodios de violencia doméstica, en no pocos casos con el excesivo consumo de alcohol como telón de fondo. El esquizofrénico panorama que describe la archipopular trilogía Millenium, del fallecido Stieg Larsson, se convirtió en un grito de atención hacia algunos de los síntomas de resquebrajamiento de los antaño paraísos del norte.
Además de Larsson, otros grandes nombres de la novela negra nórdica, casos de Henning Mankell, Karim Fossum o Jo Nesbo, recogen en sus obras una realidad marcada por las contradicciones de unas sociedades donde la violencia se halla cada vez más presente y los grupos radicales de extrema derecha incrementan su ruidoso protagonismo. A fiordo revuelto, ganancia de pescadores.
Al día siguiente de acaecer el atentado de Oslo y la terrible matanza de la isla de Utoya, tímidas voces, entendidas en literatura en algunos casos, meras observadoras en otros, osaron traer a colación que lo sucedido estaba escrito, que podía haberse previsto con la lectura atenta de los exitosos títulos de novela negra que desde hace una década asaltan las librerías europeas. Según esas voces, la literatura escandinava lleva años retratando un paisaje de decadencia social que ha quedado sumergido bajo el tópico de la presunta felicidad nórdica. Pero una vez más se ninguneó a la ficción, tantas veces fedataria de la realidad.
Sea debido a la creciente tendencia de no pocos medios de comunicación a tornar en meros generadores de cantos de sirena, abandonando su imprescindible papel de intérpretes del entorno, sea debido al incipiente descreimiento con el que la opinión pública obsequia a la clase periodística, la literatura nórdica parece haber asumido en solitario la responsabilidad de plasmar la crónica de la primera década del siglo XXI. Una vez más, la verdad reside en los libros.

Santiago Díaz Bravo
Creativa Canaria

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