¿Es Anders Behring Breivik, el asesino que ha dejado anonadado a medio
mundo por su frialdad y pericia, el reflejo de una sociedad
sobreinteresada en los asuntos de índole policíaca y tendente por ello a
la interpretación de la realidad bajo la influencia de tales asuntos?
¿Es, por el contrario, una consecuencia del bombardeo literario de la
denominada novela negra nórdica? ¿Qué fue primero, el huevo o la
gallina?
Hace un lustro, durante una plácida cena bajo el cielo tacorontero, una
amiga sueca me confesó su adicción a la escritura de novelas negras. Por
aquel entonces había acabado y pulido dos, pero jamás se había atrevido
a enviarlas a una editorial. Se trataba de un mero pasatiempo del que
tenían conocimiento unos pocos allegados, los mismos que gozaban del
privilegio de leer sus textos. A pesar de que habíamos regado la cena
con abundante vino, y de que los tintos norteños cuentan entre sus
virtudes el homicidio de la inhibición y el desentumecimiento de la
lengua, no cometí la osadía de rogarle que me dejara leer aquellas
obras. Para ser sincero, tuvo bastante que ver mi absoluto
desconocimiento de los idiomas escandinavos. Le expresé, no obstante, mi
sorpresa por la querencia que una joven de apenas 30 primaveras, con un
sinfín de entretenimientos a los que dedicar su tiempo, mostraba hacia
tal género. La estupefacción alcanzó límites extremos cuando meses
después me anunció que acababa de matricularse en un curso de detective
privado. ¿Afición u obsesión?
Que las otrora idílicas sociedades sueca, noruega, danesa, finlandesa e
islandesa se hallan en proceso de reconversión es vox pópuli. Aquel
eficiente estado del bienestar con el que sorprendieron al planeta tras
la Segunda Guerra Mundial se ha revelado insostenible para las arcas
públicas a pesar de las contundentes cargas impositivas que soportan los
abnegados contribuyentes, unas dificultades que han motivado un
replanteamiento del papel protector del Estado y acaso figuren en la
génesis del incremento de las tasas de delincuencia, los elevados
índices de acoso escolar o el permanente aumento de los episodios de
violencia doméstica, en no pocos casos con el excesivo consumo de
alcohol como telón de fondo. El esquizofrénico panorama que describe la
archipopular trilogía Millenium, del fallecido Stieg Larsson, se
convirtió en un grito de atención hacia algunos de los síntomas de
resquebrajamiento de los antaño paraísos del norte.
Además de Larsson, otros grandes nombres de la novela negra nórdica,
casos de Henning Mankell, Karim Fossum o Jo Nesbo, recogen en sus obras
una realidad marcada por las contradicciones de unas sociedades donde la
violencia se halla cada vez más presente y los grupos radicales de
extrema derecha incrementan su ruidoso protagonismo. A fiordo revuelto,
ganancia de pescadores.
Al día siguiente de acaecer el atentado de Oslo y la terrible matanza de
la isla de Utoya, tímidas voces, entendidas en literatura en algunos
casos, meras observadoras en otros, osaron traer a colación que lo
sucedido estaba escrito, que podía haberse previsto con la lectura
atenta de los exitosos títulos de novela negra que desde hace una década
asaltan las librerías europeas. Según esas voces, la literatura
escandinava lleva años retratando un paisaje de decadencia social que ha
quedado sumergido bajo el tópico de la presunta felicidad nórdica. Pero
una vez más se ninguneó a la ficción, tantas veces fedataria de la
realidad.
Sea debido a la creciente tendencia de no pocos medios de comunicación a
tornar en meros generadores de cantos de sirena, abandonando su
imprescindible papel de intérpretes del entorno, sea debido al
incipiente descreimiento con el que la opinión pública obsequia a la
clase periodística, la literatura nórdica parece haber asumido en
solitario la responsabilidad de plasmar la crónica de la primera década
del siglo XXI. Una vez más, la verdad reside en los libros.
Santiago Díaz Bravo
Creativa Canaria
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