viernes, 26 de agosto de 2011

EL TIEMPO PASA; EL MUNDO CAMBIA


UN intenso escalofrío recorrió las entrañas de los munícipes españoles, canarios incluidos, cuando el gobierno italiano anunció la decisión de fusionar miles de ayuntamientos. Luego, mitigada la conmoción inicial, llegó el momento de remojar las barbas propias con argumentos tan peregrinos como «las peculiaridades de Canarias», «la realidad de las siete islas» o «la necesidad de garantizar los servicios a los vecinos», mezclando el tocino con la velocidad y sin acabar de explicar qué singularidades son esas que impiden avanzar en la modernización del tercer eslabón administrativo con vistas a hacerlo más ágil y, sobre todo, económicamente sostenible.
El hecho de que las autoridades municipales hayan reaccionado con animadversión hacia las tesis de quienes defienden la racionalidad administrativa cabe calificarlo de mera perogrullada, porque los suicidas, aunque haberlos, haylos, no dejan de ser raras avis en el mundo de la política. Son más habituales los irreflexivos, aquellos a quienes cabría aconsejar que midieran con celo sus palabras para evitar incurrir en dolorosas contradicciones. Y es que la decisión de la Federación Canaria de Municipios (Fecam) de retomar la senda de las mancomunidades de servicios supone el reconocimiento implícito de que la atomización institucional ha tornado en anacronismo y de que las justificaciones para la subsistencia de las actuales fronteras municipales tienen mucho que ver con el pasado, poco con el presente y absolutamente nada con el futuro.
Para más inri, la fórmula propuesta para abandonar el actual atolladero, mancomunar para que todo cambie y, al mismo tiempo, permanezca igual, se ha revelado inútil con el paso de los años. Para muestra, un sinfín de botones en forma de encomiables iniciativas supramunicipales que nacieron con el objetivo de mejorar la atención al ciudadano y ahorrar dinero, pero acabaron muriendo como consecuencia del fragor del enfrentamiento partidista. Y es que la política, tan humana, tan necesaria, en no pocas ocasiones se convierte en la principal enemiga de sí misma.
La alternativa a la fusión de los ayuntamientos es que pervivan contra el sino de los tiempos, envejeciendo aprisa y mal y convirtiéndose en una carga cada vez más pesada, difícilmente soportable, para quienes deben ser objeto de sus desvelos. En ese supuesto, el camino recorrido durante años, cogidos de la mano, entre administraciones municipales y ciudadanía, acabaría por bifurcarse. Y los ayuntamientos, tan importantes han sido, tan importantes deben seguir siendo, se merecen algo mejor. Para empezar, unos dirigentes que se convenzan de que el tiempo pasa y el mundo cambia.
Santiago Díaz Bravo 
ABC

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