sábado, 10 de marzo de 2012

COMPLEJOS TELEVISIVOS


Uno de los rasgos que definen el carácter isleño es la tendencia a minusvalorar lo propio y sobrevalorar lo ajeno, un complejo que ha provocado el destierro de un sinfín de profetas al tiempo que ha facilitado la llegada de un ejército de anodinos expertos en casi cualquier materia. Esa es la única explicación de que una conferencia dictada en Las Palmas de Gran Canaria por la directora general de Televisión de Cataluña, Mónica Terribas, mandamás de uno de los entes autonómicos que más fondos públicos ha dilapidado, defensora de una fórmula caduca en continente y contenido, haya recibido el entusiasta aplauso de buena parte de la clase política y periodística, al extremo de que sus argumentos se han convertido de la noche a la mañana en el paradigma de la televisión pública. Nadie parece haber caído en la cuenta de que el modelo que defiende se encuentra en entredicho en su propia casa, nadie en que la crisis de dicho modelo obliga a renovarlo de la cabeza a los pies. Terribas vino a Canarias con la intención de vender restos de temporada y regresó a Barcelona con las manos felizmente vacías.
Ese provincianismo recalcitrante, unido a la urgente necesidad de justificar ante la opinión pública la existencia de medios de comunicación de titularidad autonómica, convirtió a Terribas en el ansiado salvavidas. Si la directora de la televisión catalana lo dice, tiene que ser verdad, parecía la consigna. Tristemente, nadie se percató de que la invitada, en lugar de impartir docencia, acaso debería haberla recibido. Nadie reparó en la posibilidad de que el modelo aplicado en Canarias supere con creces al catalán en equilibrio, sostenibilidad y eficiencia; nadie en la posibilidad de que en éste y algunos otros asuntos, al menos en éste y algunos otros, nos hayamos adelantado al común de las autonomías.
Esa evidente sensación de inseguridad que embarga tanto a dirigentes políticos como a responsables de medios públicos nace de la sospecha de que las cosas, bien por imposibilidad, bien por impericia, se están haciendo regular tirando a mal. El modelo, aunque fundado en el sentido común, no lo es todo, resulta necesario dotarlo de alma, y una televisión pública, en el caso de que convengamos en las bondades sociales de su existencia, debe ceñirse a unos objetivos concisos en sus fines y a una estructura diáfana en su funcionamiento, virtudes ausentes en lo que se ha convertido en una suerte de cajón de sastre. Por ello, recurrir a Terribas es visitar a un médico que se limita a contarle al paciente lo que éste ansía escuchar.
Santiago Díaz Bravo
ABC

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