viernes, 23 de marzo de 2012

CUANDO LA POLÍTICA ES PURO TEATRO


Sea sincero y reconozca que cada vez que un objetivo fotográfico pulula por las inmediaciones opta bien por contraer su prominente barriga, bien por estirar hasta lo imposible su encorvada espalda, bien por esconder la papada bajo un mentón artificioso, bien por adoptar una pose tan natural como la de Belén Esteban deleitándose con la lectura de «Parerga y Paralipómena», de Schopenhauer. En el caso de que admita su afición a tales prácticas, tan humanas, tan mundanas, convendrá conmigo en que exigir a los participantes en un debate parlamentario que abran de par en par las puertas de su adusta fachada, que intercambien ideas según la fórmula aristotélica de la dialéctica, deberíamos considerarlo, además de una perversión, una supina desfachatez.
En estos tiempos que corren, la clase política (¿debería decir casta?) no sólo carece de virtudes que la encumbren sobre el resto de los mortales, sino que encarna como nunca las más pedestres singularidades de la plebe. Atrás, muy atrás, quedan aquellas tardes en las que la tribuna se convertía en podio de malabaristas del verbo; atrás, muy atrás, aquel fluir de reflexiones que provocaba en el respetable una suerte de sentimiento a mitad de camino entre la admiración y la devoción. A veces hasta daban ganas de aplaudir al adversario ideológico, igual que cuando el delantero del equipo rival nos endosa un gol tras someter a nuestros defensas a un sinfín de meritorias cabriolas.
Así las cosas, nada debe sorprendernos que el supuesto debate sobre el estado de la nacionalidad canaria ni haya sido debate, ni nos haya aclarado el estado de la región. Si es que algo había que aclarar, que esa es otra. Uno y otros, otros y uno, cumplieron a rajatabla la máxima que pregonó a los cuatro vientos el gran Paco Umbral: «Yo he venido aquí a hablar de mi libro». Y de su libro hablaron, cada uno del suyo, sin pronunciar una sola palabra que no pudiéramos prever, sin pestañear ni despeinarse para evitar salir mal en la foto, convirtiéndose de facto en protagonistas de una película digna de una tarde de domingo, de ésas que aún cuando nos abandonamos a los cantos de Morfeo sobre el mullido sofá, podemos retomar en cualquier momento sin esfuerzo alguno, tan burda es la trama.
Los soliloquios acerca de un lugar llamado Canarias, porque así debería haberse denominado la ceremonia acaecida días atrás en la santacrucera calle Teobaldo Power, han evidenciado una vez más, y van unas cuantas, que la política, parafraseando la sentida canción de La Lupe, en ocasiones no es otra cosa que puro teatro.
Santiago Díaz Bravo
ABC

No hay comentarios:

Publicar un comentario