martes, 7 de abril de 2009

IMBECILIDAD HUMANA


Si algún defecto cabe achacar al ser humano es su irrefrenable tendencia a la más absoluta imbecilidad, la suficiente para echarse las manos a la cabeza por la muerte de más de un centenar de italianos a causa de un terremoto y, al mismo tiempo, olvidar que cada día, uno tras otro sin que los medios de comunicación pongan el grito en el cielo, más de 25.000 personas, la mitad niños, mueren en los países subdesarrollados por no tener nada que echarse a la boca.
Visto lo visto, la vida de un italiano vale más que la de un africano o que la de un asiático, e incluso más que la de cien africanos y otros tantos asiáticos, y también parece más valiosa la de un británico, y la de un alemán, y la de un estadounidense, y la de un español y la de cualquiera que se halle en el próspero hemisferio norte de este injusto planeta. O acaso ocurra que nos hayamos acostumbrado a presenciar sin inmutarnos, sin emitir un mero signo de disconformidad, la manida imagen de esos bebés famélicos que sufren el agobiante asedio de cientos de moscas mientras esperan, desesperados y doloridos, resignados y sin dejar de preguntarse el porqué, a que la parca sesgue sus vidas con un golpe seco de su lacerante guadaña.
La opinión pública mira hacia Italia de la misma forma que ha corrido un tupido velo para evitar la triste visión de lo que ocurre en otras latitudes. Parece empeñada en convertir la catástrofe sísmica en un hecho excepcional cuando la realidad es que la humanidad se enfrenta a diario a una catástrofe mayúscula provocada por la inanición, una hecatombe que apenas encuentra acomodo en los grandes informativos. La opinión pública mira hacia Italia porque se siente ajena a los motivos que han provocado tanto dolor, algo que difícilmente podría hacer con otras zonas del mundo sin al menos ruborizarse.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

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