viernes, 10 de abril de 2009

TRÁNSFUGAS E HIPOCRESÍA


Que el responsable de un partido político critique hasta la extenuación un caso de transfuguismo es como si usted o yo lamentáramos lo esquiva que se nos muestra la lotería sin haber comprado ni un solo décimo. En lugar de avergonzarse por la actitud de quienes deciden abandonar a sus compañeros tras enamorarse de los cantos de sirena del adversario, los dirigentes de las principales organizaciones políticas deberían mirarse al espejo y entonar el mea culpa, porque aparte de un pacto que se ha demostrado del todo inútil, casi payasesco vistos los resultados, no han dado ni medio paso adelante para legislar en contra de lo que ellos mismos, con esa manida pose de preocupación institucional, califican como grave atentado contra la democracia.Puede que el verdadero atentado contra la democracia, y también contra la libertad, resida en quienes se empeñan en apropiarse de la voluntad individual para convertir al desposeído representante público en una suerte de autómata cuya única misión sea acatar y cumplir órdenes de sus superiores, le parezcan buenas, malas, estrafalarias o estúpidas. Pero en cualquier caso, si tan terribles son los tránsfugas, si tanto daño hacen al común de los mortales como se afanan algunos en proclamar a los cuatro vientos, resulta difícilmente comprensible que los dos grandes partidos, PSOE y PP, no se hayan esforzado para, simplemente, eliminar cualquier posibilidad legal de que exista el transfuguismo, tanto el que obedece a intereses espurios como el que encuentra su origen en el razonable cambio de opinión de un ser humano que, aunque se presenta a los comicios bajo el paraguas de unas siglas determinadas, lo hace con su nombre y apellidos.Hasta que alguien se decida a impedirlo, el transfuguismo seguirá siendo una opción que disfruta de todo el sustento legal.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

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