A Carla Bruni cabe agradecerle que haya sonreído cuando se le ha requerido para ello, que haya saludado a diestra y siniestra y que se haya cambiado de atuendo en numerosas ocasiones, las suficientes para satisfacer a las insaciables revistas de papel cuché (dos vestidos cortos para los actos diurnos y uno largo para la cena de gala).
Y qué decir de su marido, un político francés bajito y simpaticón de quien se comenta que usa alzas, no vaya a ser que la diferencia de altura con su esposa lo convierta en un ser ridículo. Tal y como lo han reflejado los medios de comunicación, que para eso están, este buen hombre ha cumplido a la perfección el papel de acompañante de su estupenda señora. Así, si ella disfrutó de una agradable visita al Museo Reina Sofía, Nicolás (perdone que no recuerde su apellido) hizo lo propio en un edificio sito en la Carrera de San Jerónimo donde él y otros señores hablaron de terrorismo, crisis y alguna otra estupidez más.
Acaso la única nota discordante en esta visita haya sido la interpretación de La Marsellesa por parte de la banda de la Guardia Real, porque lo más adecuado hubiera sido el Quelqu’un m’a dit con la propia Bruni a la guitarra.
Santiago Díaz Bravo
La Opinión
Santiago Díaz Bravo
La Opinión
Sí que está buena, sí
ResponderEliminar¿Cómo dice que se llama el marido?
ResponderEliminar¿cómo se llamaba su maridito?
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