jueves, 28 de febrero de 2008

PERIODISTAS DE PARTIDO


EL PERIODISMO ha sido históricamente una profesión prestigiosa, tanto por la altura intelectual que se les ha presupuesto a los informadores como por la peligrosidad que conlleva alguna de sus modalidades, tal es el caso del siempre admirable pero escasamente valorado reporterismo de guerra. Además de contar a sus congéneres las cosas que ocurren, las cercanas y las que acaecen en tierras extrañas, el periodista, no nos engañemos, siempre ha opinado, incluso cuando no ha tenido la intención de hacerlo y ha tratado de evitarlo por todos los medios, sencillamente porque la objetividad es una mera falacia, porque un acto a primera vista tan simplón como la redacción de un titular lleva aparejado un innegable proceso de interpretación de la realidad que bien puede entenderse como una toma de postura.
Y hasta aquí nada que reprochar, porque opinar, hacer partícipes a los lectores y espectadores de unos planteamientos que encuentran su origen en el exhaustivo conocimiento de una materia determinada, es una práctica no sólo conveniente, sino incluso imprescindible para la salud democrática de una sociedad. Transmitir al prójimo los convencimientos propios, tratar de influir mediante el razonamiento, aunque velando siempre, eso sí, por no entremezclar tal ejercicio con lo que se entiende por información veraz, que no objetiva, forma parte de los deberes de los medios de comunicación.
Pero las tornas llevan tiempo cambiando, y los otrora sesudos analistas de la realidad, emisores de mensajes más o menos acordes con el sentir de la opinión pública, pero siempre comprometidos con unos ideales propios, se están retirando para dejar paso a los estómagos agradecidos, una panda de impresentables aprendices de nada que se limitan a asumir las tesis de quienes les pagan como si les fuera la vida en ello y a defender sin ambages, olvidando la autocrítica, imbuyéndose de los presuntuosos modales de quienes se creen asistidos por la sagrada virtud de la razón, la postura de una determinada formación política.
Un programa de Televisión Española, 59 segundos, se ha convertido en el principal escaparate de ese nuevo periodismo en el que una parte de sus protagonistas defiende al PSOE, la otra al PP, con mayor fiereza que los propios representantes de ambas organizaciones. Esos periodistas de partido que tanto envilecen la profesión han encontrado acomodo en los cenáculos madrileños, en decenas de tertulias televisivas y radiofónicas que sirven de altavoces a sus diatribas, pero su indeseable estela, como cualquier otra moda, amenaza con extenderse al resto del país para emponzoñar aún más la deteriorada imagen de los informadores, antaño tan respetados, hoy en día considerados una suerte de monos de feria por culpa de unos pocos cuya única ocupación, en este caso sí, es hacer las monerías suficientes para satisfacer a un tiempo sus hambrientos egos y los intereses de los partidos a los que, digan lo que digan, protesten o pataleen, venden sus servicios.
Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

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