miércoles, 13 de febrero de 2008

VOTANTES PORQUE SÍ


EN ESTE PLANETA que nos ha tocado vivir a lo largo de los siglos unos se han ido, otros han llegado, algunos se han marchado para siempre y muchos han regresado para no volver. La población de los diferentes países se ha conformado mediante continuos movimientos migratorios de entrada y salida. Grandes naciones como los mismísimos Estados Unidos no son sino el resultado de una incesante llegada de pobladores, primero europeos, luego africanos, en las últimas décadas asiáticos y sudamericanos, un fenómeno que se repite ahora a gran escala en los estados de la Unión Europea. En todos los casos las migraciones se consideran parte intrínseca de los procesos de variación del censo, incluido el electoral. Si diez mil ciudadanos abandonan su lugar de origen con destino a una nación que les brinda mejores oportunidades, donde desarrollarán su vida y pagarán sus impuestos, será en dicha nación donde deberán ejercer sus derechos políticos, jamás en la de origen porque, entre otros contundentes motivos, ¿cómo diablos puede alguien enjuiciar a miles de kilómetros de distancia, siguiendo criterios razonables, la labor realizada por un determinado gestor público o las promesas de un candidato? Sólo los argumentos sentimentales, la lástima que provocan en sus congéneres quienes por necesidad se ven obligados a abandonar la tierra de sus ancestros, permiten justificar el mantenimiento de un vínculo que vaya más allá de lo afectivo hasta el extremo de incluir el derecho al voto. Pero cuando la fecha de caducidad biológica se cumple y surge la segunda generación, formada por individuos sin más ligazón con la madre patria que las reiterativas y melancólicas historias de mamá y papá, cualquier razonamiento tendente a la conservación del derecho al sufragio se envuelve en criterios emocionales no sólo harto discutibles, sino categóricamente aberrantes desde el punto de vista del sentido común. Por supuesto que España debe velar por el bienestar de sus emigrantes, que tanto colaboraron en los años difíciles a revitalizar la economía nacional, y también, por qué no, por el de sus hijos y el de los hijos de estos, que cuando se tiene, se puede dar, pero de ahí a que un caraqueño mantenga el derecho a elegir al alcalde de San Juan de la Rambla, al presidente del Cabildo de Gran Canaria, a los diputados autonómicos o a los congresistas y senadores no sólo va un trecho, sino un abismo. La participación masiva de los emigrantes de segunda, tercera y sucesivas generaciones en los procesos electorales, que para más inri suele estar envuelta en un halo de sospecha debido a las escasas medidas de control de los países donde realmente son ciudadanos, ha provocado la perversión del sistema electoral español. Y qué decir del caso concreto de Canarias, donde la incidencia del voto exterior ha llevado a los principales partidos a incluir a Venezuela en la campaña electoral, un ejemplo más del escaso respeto por los valores del siempre mejorable sistema democrático.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

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