jueves, 21 de febrero de 2008

POLÍTICA PRECOCINADA


LA ORATORIA, la dialéctica, son artes intrínsecamente ligadas a la política, toda vez que el intercambio de ideas entre los contendientes es uno de los fundamentos de la democracia, además de la necesaria e imprescindible antesala para que el votante se decante por una determinada opción. Pero el debate es algo vivo, tendente a la improvisación, al cambio de rumbo, a la utilización de todos y cada uno de los vericuetos de la lengua en pos de ganarle la partida al adversario y lograr el favor del electorado. Precisamente por ello, la utilización del término debate para hacer referencia a los encuentros públicos que mantienen estos días los candidatos a las elecciones generales del próximo 9 de marzo, que alcanzarán su momento culmen con los dos “shows” televisivos que protagonizarán José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, se nos antoja del todo inadecuada. La obsesión por el segundero, por el listado de asuntos a abordar, por los encuadres de las cámaras, por la temperatura en los estudios, provoca que cualquier parecido con un debate podamos calificarlo de mera coincidencia. El control, más que absoluto, ridículo, sobre todo lo que ocurra ante la audiencia, desvirtúa lo que debería ser considerado como el evento más importante de la campaña, que se torna por contra en una escandalosa falta de respeto hacia los valores democráticos. A tal extremo llega la escenificación precocinada por los responsables de las distintas formaciones políticas que siempre arrastraremos la duda de si esos elegantes, sonrientes y resabiados señores, que se dicen capaces de representarnos y gobernarnos con toda la eficiencia que podamos imaginar, son en realidad lo suficientemente diligentes para defender sus planteamientos de forma civilizada y razonada, incluso de si atesoran la capacidad de improvisar que se le presupone a cualquier ser humano medianamente ducho en las materias que incluye en su discurso. Los lemas publicitarios, y perdonen ustedes la reiteración, que este asunto ya ha sido tratado de forma prolija en artículos anteriores, han sustituido a las ideas, y los erróneamente denominados debates entre aspirantes se convierten en el escenario ideal para aprovechar tan estudiadas como vacías frases, para que los golpes de efecto, las ocurrencias pseudoingeniosas, los trapos sucios, en no pocas ocasiones sazonados con cifras totalmente interesadas, ensombrezcan cualquier atisbo de disputa dialéctica. Argumentos y razonamientos se han convertido en meras antiguallas de museo. Los publicistas, una vez desalojados los ideólogos de sus despachos, han tomado las riendas para reducir la dialéctica política a una minúscula anécdota en mitad de un océano de gestos. Las cámaras y los micrófonos han sustituido a los ciudadanos en las preferencias de los candidatos hambrientos de sufragios, sabedores éstos de que una sola palabra vale más que mil si se pronuncia en el momento y el escenario oportuno. Creíamos que nos quedaban los debates, pero estábamos equivocados.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

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