sábado, 15 de diciembre de 2007

REYES Y SANTOS


EL SINDICATO del regalo navideño anda revuelto como consecuencia de la invasión de competencias, sobre todo por parte del representante anglosajón, un tal Santa Claus, también llamado San Nicolás, nombres ambos que visten estupendamente, pero a quien se conoce por el alias de Papá Noel. Casi nadie el abuelete, a quien hemos sorprendido en los últimos años trepando por las fachadas sin importarle condición ni altura, y a pesar de que le sobran, cuando menos, veinte pesados kilos. Acaso porque se ha especializado en llegar antes que nadie, o porque cuenta con influyentes amigos en Hollywood, este buen hombre, de aspecto paternal y bonachón, ha logrado un ejército de suscriptores en el archipiélago y, por lo que se ve, las perspectivas, más que buenas, son excelentes para él y para su fábrica de juguetes en la región finlandesa de Korvantunturi. Pero no queda ahí la cosa, porque el retorno de miles de venezolanos con ancestros canarios ha supuesto la aparición en escena del mismísimo Niño Jesús, otro rápido repartidor en permanente avance, aunque en menor medida que Santa Claus/San Nicolás alias Papá Noel, con quien comparte fecha de reparto, un sensible problema a la hora de ganar cuota de mercado. Junto a ellos, repartidores menos conocidos por estos lares, pero de creciente importancia, caso del germano Christkind, han provocado una atomización de la clientela cuyas únicas víctimas han sido sus entrañables majestades Melchor, Gaspar y Baltasar, quienes presencian con suma preocupación la celeridad con la que el antaño monopolio de la felicidad navideña se disgrega entre un creciente número de actores. Cierto es que hasta la fecha son los únicos a cuyo paso se cortan las calles, y también los únicos con escolta policial, y que son recibidos año tras año por agradecidos alcaldes y todo tipo de autoridades, pero no es menos cierto que los grandes almacenes cada vez requieren menos sus servicios, que suelen preferir a Santa Claus/San Nicolás alias Papá Noel para recoger las cartas de los niños y fotografiarse con ellos sobre sus rodillas. Su Majestad Baltasar llegó a achacar al renegro color de su piel el retroceso, toda vez que muchos de los clientes perdidos, pensaba, podían haberle identificado con la llegada de pateras y, como represalia, haber optado por el repartidor nórdico. Su Majestad Melchor le quitó tal idea de la cabeza. En su real opinión, Oriente sufre muy mala prensa como consecuencia del conflicto palestino, un déficit de imagen que ha llevado a la población a mirar hacia el norte. Su Majestad Gaspar echó por tierra ambas hipótesis: “Antes colmábamos de regalos a quienes se esforzaban, los vigilábamos desde lo más alto de nuestra universal lontananza durante todo el año antes de reunirnos para decidir qué era lo más justo para cada cual. Ahora, amadísimos colegas, no nos ha quedado otro remedio que transigir y repartir por doquier, sin discriminar, sin atender a mérito o demérito alguno. Antes éramos a un tiempo el premio y el castigo; ahora somos unos monigotes a sueldo de las tarjetas de crédito sin otro valor que la desmesura. Creedme si os digo que este mundo en transformación acabará por jubilarnos”.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

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