jueves, 20 de diciembre de 2007

LO QUE USTED Y YO SABEMOS

Digan lo que digan quienes presumen de conocer los intríngulis de la economía, la llegada del euro ha supuesto una considerable desgracia para las haciendas familiares. De acuerdo en que las transacciones internacionales son ahora más sencillas, en que la actividad empresarial entre los países de la Unión Europea se ha intensificado, en que el viejo continente ha consolidado su papel en el escenario mundial, pero tales logros, con toda su importancia, no han evitado que paguemos ahora casi quinientas pesetas de las de antaño por un desayuno que hasta 2002 costaba poco más de doscientas, que una simple cerveza haya doblado su precio o que la visita al supermercado se convierta en un doloroso adiós a buena parte de nuestro sueldo, desde luego en mucho mayor medida de lo que lo era hasta la entrada en vigor del cambio monetario, inflación incluida. Transcurridos seis años desde la implantación de la divisa europea seguimos sin saber cuál ha sido la incidencia porcentual en el incremento de los precios, acaso porque los organismos oficiales de la Unión y de los países miembros se han echado las manos a la cabeza al comprobar unos efectos mucho más graves de lo esperado y han optado por el prudente silencio. Pero esa actitud de dejar pasar el tiempo, esa extrema confianza en que la población acabará por acostumbrarse, no acaba de cuajar, y no lo hace, sencillamente, porque la diferencia entre el aumento del coste de la vida y el incremento de los salarios es cada vez mayor. Para más inri, el euro se ha dejado notar sobremanera en los productos y bienes de consumo más habituales, por lo que su incidencia en el gasto familiar ha resultado demoledora. Si este sombrío panorama lo vinculamos con la situación en Canarias, donde los sueldos, pese a haber subido, se mantienen como los terceros más bajos de España, y si además tenemos en cuenta que las Islas se encuentran a la cabeza en horas efectivas trabajadas, descubrimos un paisaje cuando menos complicado, que poco tiene que ver con los continuos cantos de sirena de los responsables políticos acerca de la bonanza que, según afirman, caracteriza al Archipiélago desde hace años. El abismo entre la versión oficial y la realidad se explica por el aplastante predominio de la macroeconomía sobre la microeconomía a la hora de evaluar el estado real de un determinado territorio, y precisamente por ello la histórica experiencia del euro debe servir para dejar claro de una vez que las grandes magnitudes, pese a reflejar la salud económica de una sociedad, no resultan lo suficientemente concluyentes como para determinar la verdadera afección de esas cifras sobre las pequeñas empresas y los ciudadanos particulares. El euro, que si nos atenemos a la opinión de los expertos ha permitido que se le abran a Europa puertas hasta ahora infranqueables, se ha convertido a la vez en una pesada carga que ha provocado una considerable reducción de la capacidad adquisitiva y, consecuentemente, una pérdida de la calidad de vida. Y eso lo sabemos usted y yo aunque venga un sesudo economista y nos presente una docena de gráficos para tratar de convencernos de lo contrario.

Santiago Díaz Bravo

La Gaceta de Canarias

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