domingo, 9 de diciembre de 2007

EL NUEVO ANALFABETISMO


LAS NOTICIAS verdaderamente importantes a veces pasan desapercibidas, perecen ahogadas en un mar de acontecimientos que apenas deja resquicio a cualquier información que vaya más allá de los ámbitos político o económico o del escándalo social. No ha sido el caso en esta ocasión, afortunadamente, de La Gaceta de Canarias, que esta semana publicaba en su primera página el contundente descenso de la tasa de analfabetismo que históricamente ha lastrado el desarrollo del archipiélago. Si en 1991 uno de cada cuatro residentes en las islas era analfabeto, en la actualidad tan preocupante cifra se ha reducido al 14,7 %, uno de cada siete. La diferencia es abrumadora, máxime teniendo en cuenta que los procesos de alfabetización se enmarcan en períodos generacionales, y aunque el porcentaje permanece anclado por encima de la media nacional, la diferencia se ha reducido a poco más de dos puntos. Se trata por ello de una de las noticias más alentadoras de los últimos meses, porque un pueblo que reduce su tasa de analfabetismo está destinado a progresar en todos los ámbitos de la misma forma que un pueblo analfabeto está inexorablemente llamado a convertirse en una factoría de desigualdades y conflictos. Leer, escribir, interpretar la realidad sin mayores problemas, contar con los elementos suficientes para establecer juicios de valor, diferencia a las sociedades prósperas y modernas de las anquilosadas y vetustas, aquellas susceptibles de dejarse mangonear por los criterios de quienes se consideran guías de una multitud falta de carácter. Una sociedad alfabetizada sopesa con mayor prudencia los pros y contras de las decisiones colectivas, cuenta siempre con la opción de rectificar y se enfrenta unida a los posibles maltratos de los gobernantes. Y hasta aquí todos contentos y felices, pero ni un metro más, porque la teoría en ocasiones muere en el papel y la ingente satisfacción que provocan datos como los publicados esta semana no debe impedir el análisis de la realidad que se esconde detrás: un proceso de alfabetización que se desarrolla en paralelo a otro de “analfabetización”, un indudable avance que queda mitigado por un imparable retroceso. Y es que, a pesar de todo, no basta con saber leer y escribir, con disfrutar de un conocimiento más o menos ajustado de la realidad, para poder asegurar que esta sociedad nuestra se desenvuelve en términos de salud intelectual. El avance de una actitud nihilista hacia cualquier debate ideológico, la resignación ante las cosas malas, la creciente desidia intelectual de una juventud en buena parte entregada al placer inmediato de los medios audiovisuales, el hegemónico imperio de la televisión, nos permite poner en duda la reducción del verdadero analfabetismo, el que fabrica individuos carentes de criterio, incapaces de distinguir la abismal diferencia entre los méritos de un magnífico deportista, de un genial escritor o de un innovador político y los de cualquiera de los descerebrados que participan en horrores televisivos como Gran Hermano. Si una sociedad intelectualmente sana es una sociedad que piensa, vayamos cuanto antes a la farmacia a comprar unas cuantas cajas de aspirinas.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

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