miércoles, 19 de diciembre de 2007

LA REVOLUCIÓN DE LOS MAYORES


EL CATEDRÁTICO de Economía Francisco Cabrillo mantiene que la “revolución” de los ancianos traerá consigo una sociedad menos violenta. Aplicada dicha teoría desde un punto de vista más amplio, cabe asegurar que una sociedad que permita a las personas mayores adquirir importantes dosis de protagonismo está llamada a la paz y el progreso, logros ambos que tienen mucho que ver con la prudencia que se adquiere a lo largo de la vida y, gracias a ella, a una toma de decisiones fundada en el examen de los pros y contras hasta dar con la opción más adecuada. No se trata, sin embargo, de un planteamiento novedoso: las antiguas civilizaciones dejaban los grandes asuntos bajo la responsabilidad de los consejos de ancianos, a los que se les presuponía una mayor capacidad para discernir entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo conveniente y lo perjudicial. Los estados contemporáneos, sin embargo, se empeñan con todas sus fuerzas en apartar a los mayores de cualquier cometido de peso, en dejar a un lado a los que más saben y tratarlos como frágiles antiguallas, como muebles grandes y pesados que dificultan la marcha de un mundo tan dado al dinamismo, tan veloz en todos los aspectos, que ofrece escaso margen a la imprescindible reflexión. Las modernas sociedades descargan todas sus posibilidades de futuro en los jóvenes, en la fuerza de quienes se abren al mundo con la necesaria vitalidad para mejorarlo, pero al mismo tiempo con una flagrante carencia de vida vivida, de años sobre las espaldas, de experiencias buenas y malas que permitan limitar la euforia al tiempo que mitigar la desolación. La fórmula ideal se halla en el justo término, y el justo término, así de rocambolesco es nuestro devenir, sólo se logra cuando la existencia se acerca a su cénit. Llevamos décadas mirando hacia los jóvenes cada vez que caemos en la cuenta de que a este mundo nuestro le queda mucho por cambiar cuando tal vez deberíamos haber mirado hacia los viejos. Habría que nacer viejo/ empezar por la sabiduría/ y después decidir su destino, escribió acertadamente la poetisa rumana Ana Blandiana. Pero entonces seríamos demasiado perfectos, la simbiosis entre juventud y sabiduría nos haría parecer dioses, y jamás debemos perder de vista que somos meras máquinas biológicas con fecha de caducidad. Con todo, aún nos queda una esperanza, la que encuentra su origen en una sociedad cambiante donde la disminución del número de nacimientos, junto al incremento de la esperanza de vida, empieza a conceder una importante ventaja numérica a los mayores, ventaja que se transforma en desventaja en el discurso de los economistas más ortodoxos, obsesionados con los gastos que conlleva el envejecimiento de la población para las arcas públicas, un planteamiento del todo correcto y hasta plausible desde el punto de vista del análisis macroeconómico, pero que peca de superficial al olvidar que esa mayor esperanza de vida es precisamente uno de los principales logros de las economías en desarrollo y al obviar que el buen criterio que concede la experiencia acaso sea uno de los principales recursos para el progreso.

Santiago Díaz Bravo
La Gaceta de Canarias

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