miércoles, 7 de julio de 2010

DANZA GUERRERA




LAS AUTORIDADES militares israelíes no salieron de su asombro tras presenciar el vídeo grabado por seis jóvenes soldados cuando, supuestamente, patrullaban la ciudad ocupada de Hebrón. ¿Cómo era posible? Si deberían haber estado, como es preceptivo, cagados de miedo, y por ello, como también es preceptivo y de pura lógica, apuntar con sus ametralladoras a diestra y siniestra en lugar de prestarse a participar en un ridículo baile. Y el asombro se tornó en ira, porque nada molesta más a un guerrero que la ridiculización de la guerra. Es razonable, ¿verdad? A fin de cuentas, es su trabajo, y a nadie agrada que unos estúpidos imberbes juegen con los garbanzos ajenos. Si los propios infantes convierten el sagrado campo de batalla en una discoteca de tres al cuarto, ¿a dónde vamos a llegar?
Sin embargo, puede que esos seis aguerridos combatientes hayan llegado a la conclusión de que su esperpéntica danza guerrera se encuentra a la altura de un no menos esperpéntico conflicto religioso que dura ya demasiados años, los suficientes para haber dejado de tomárselo en serio. Si uno convive con el sufrimiento y la destrucción durante un largo periodo, acaba acostumbrándose a ellos. Y cuando toca disparar, se dispara; y cuando toca matar, se mata; y cuando toca comer, se come; y cuando toca bailar, se baila.
Generación tras generación, adolescentes de ambos bandos, judíos y palestinos, han jugado a la guerra como quien se federa en un equipo de fútbol. Las armas son rutina; la sangre es rutina; el dolor es rutina. Y la rutina es mala compañera de viaje, porque convierte la vida en un lodazal de aburrimiento. Un bailecito de vez en cuando reconforta el espíritu y hace más llevaderas las anodinas tardes en Ramala, Yenín, Nablús o Hebrón, que ya está bien de tanto trabajar, porque entre disparo y disparo, entre el trasiego de las camillas que portan muertos y heridos y los llantos de las madres desconsoladas, no queda tiempo ni para fumarse con tranquilidad un cigarrillo. Y mucho menos para hacer el tonto, así que cuando se puede, hay que aprovechar. Y además, grabarlo para subirlo a YouTube, porque esta guerra, si no fuera por la sangre derramada, sólo merecería que nos riésemos de ella.

Santiago Díaz Bravo

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