jueves, 15 de julio de 2010

LA PRENSA, ZAPATERO, RAJOY Y EL BELLO AMOR DE LOLA Y MARCELO

Miércoles, 14 de julio de 2010. La protagonista de Bella Calamidades, una hermosa joven, de nombre Lola, que bebe los vientos por Marcelo Machado, un hacendado tan guapo como tonto del bote, se convierte un día más, y van unos cuantos, en epicentro de las mayores desgracias que a un ser humano puedan sobrevenirle. Con emoción contenida, 23 de cada cien televidentes españoles asisten impávidos a tan rústicos acontecimientos. A tiro de tecla, el histriónico Jorge Javier y su corte de aduladores desollan sin piedad a un amplio elenco de parásitos del papel cuché. Dieciséis de cada cien televidentes se convierten en testigos de la cruenta mofa. Justo al lado, un grupo de invitados a un 'reality' revelan las increíbles peripecias de sus bodas, incluida la de un heterosexual que de sobra conocía la naturaleza homosexual de su amada. Catorce de cada cien televidentes no pueden resistirse a emborracharse de vida con tan truculentas historietas. Algo más allá, dos viejos conocidos se tiran los trastos a la cabeza acaso con mayor inquina que Lola y Priscila, su competidora en el logro del amor de Marcelo. Pero a pesar de sus esfuerzos, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el jefe de la oposición, Mariano Rajoy, apenas logran congregar a 6 de cada cien televidentes. Si la supervivencia del Debate sobre el Estado de la Nación dependiese de las cifras de audiencia, hace tiempo que lo habrían sustituido por un documental sobre el zorro siberiano, que a buen seguro alcanzaría unos números cuando menos similares a cambio de un menor coste de producción.
Las mediciones de las empresas especializadas revelan de nuevo el enorme desinterés con el que la opinión pública obsequia a sus dirigentes políticos. Acaso alguien sospechase que en esta ocasión, sin que sirviera de precedente, estando el país como está, con una crisis larvada que amenaza con pudrirlo todo, el seguimiento iba a ser masivo. Pero no. Quien más, quien menos, suponía que el debate iba a convertirse un año más en el teatrillo acostumbrado. Palabras y más palabras; aplausos y más aplausos; dimes y diretes que no desembocan en paraje alguno. Zapatero y Rajoy, Rajoy y Zapatero, volvieron a cumplir las expectativas mientras Lola se llevaba un nuevo disgusto a causa de las inseguridades de Marcelo.
Sin embargo, el ridículo seguimiento de la sesión parlamentaria, que denota de manera contundente el escaso valor que los españoles concedieron a dicho evento, no fue óbice para que la totalidad de los informativos de radio y televisión, junto a los diarios digitales, situaran lo dicho por el presidente y su principal adversario en la apertura de sus minutados y portadas. Y los kioscos no han sido la excepción. Que los planteamientos de ambos se limitaran a infantiles perogrulladas del tipo "yo haré lo que tengo que hacer" y "usted lo que tiene que hacer es marcharse" tampoco impidieron tamaña dosis de estrellato mediático. A fin de cuentas, el Debate sobre el Estado de la Nación iba a ser la noticia del día sí o sí, y si no, también. Poco importaba lo que en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo de verdad aconteciera. Si el líder socialista anunciaba la ampliación de la edad de jubilación hasta los 67 años y el líder conservador le pedía que convocara elecciones anticipadas, la sesión parlamentaria iba a tener reservada una amplia superficie en las primeras páginas. Si el líder socialista anunciaba su intención de abandonar la política para ingresar en los hare krishna y el líder conservador se sentaba en su escaño disfrazado de Caperucita, el espacios reservado en la portada iba a ser más o menos similar.
Los medios informativos dedicaron ayer, igual que harán hoy y mañana, una atención desmesurada al debate si a su atractivo para la opinión pública nos atenemos. Los profetas del periodismo más populachero, aquellos que defienden a capa y espada la conveniencia de dar al público sólo lo que éste mayoritariamente desea, cuentan con un argumento estadístico más que añadir a su amplio archivo de razonamientos. Si el pato a la naranja gusta menos que el arroz a la cubana, preparemos toneladas de arroz a la cubana y dejemos a los patos que naden a su aire en los estanques. Y las naranjas, para el zumo mañanero. Desde el punto de vista de un avezado restaurador, la duda no existe: cocino arroz a la cubana o cierro el restaurante. Pero, para bien o para mal, o para ambas cosas a un tiempo, los medios de comunicación se crearon para algo más que llenar los estómagos.
El oyente, el televidente, el lector, cuenta con el legítimo poder de seleccionar aquello que desea escuchar, ver y oir, pero esa potestad no debe menoscabar el primer deber del informador: diferenciar entre lo importante y lo accesorio y establecer una jerarquía de hechos que transmitirá a la opinión pública. Tal misión, a menudo ejercida con inevitables errores (errare humanum est), pero sustentada en la honradez y la pericia profesional, se ha tornado en más determinante si cabe en una sociedad tendente como nunca a lo fútil, a confundir lo trascendente con lo vano y con ello a borrar del mapa una escala de códigos y valores imprescindible para la convivencia. Que Zapatero y Rajoy no dicen sino sandeces, verdad; que Zapatero y Rajoy son más aburridos que Chiquito de la Calzada y más feos que Sara Carbonero, verdad; que Zapatero y Rajoy son más previsibles que Belén Esteban, verdad; que las decisiones de Zapatero y Rajoy van a incidir de forma determinante en nuestras vidas y en las de aquellos que nos rodean, verdad. Y ésta última verdad es la más trascendente de todas, la que enaltece a un hecho y lo convierte en un acontecimiento de interés público.
El mantenimiento y la consolidación de una frontera diáfana entre lo que es importante y lo que no lo es, una práctica por momentos amenazada como consecuencia de la epidemia de frivolidad que recorre las redacciones de todo el mundo (ni siquiera el prestigioso The Times, biblia de la prensa escrita, se ha salvado si atendemos al caso Casillas-Carbonero), es uno de los deberes inexcusable de la prensa denominada "seria", porque también la hay, y debe seguir existiendo, de más ligeros contenidos, pero cada cual en su sitio, sin que unos invadan los imperios de otros.
Con todas las matizaciones acerca de la verdadera libertad de los medios que se quieran tener en cuenta, la supervivencia de un periodismo previsible y aburrido (a pesar de los pesares y de intentos varios por ganarse el favor mayoritario del público) que lleva a sus primeras páginas el insulso debate entre Zapatero y Rajoy resulta imprescindible para que una sociedad evalúe el funcionamiento de su sistema político y la gestion de quienes supuestamente velan por los intereses de la población. Incluso el hastío que tales líderes provoquen en el respetable puede tornarse en un elemento de juicio acerca de su trayectoria.
La democracia aquí no vale. El periodista está obligado a ejercer a modo de dictador igual que lo hace el médico en su consulta. Si un paciente sufre una pulmonía, la sufre aunque la totalidad de su familia mantenga que se trata de un inocente resfriado. Si un hecho es lo suficientemente trascendente para dotarlo de un cierto protagonismo, habrá que actuar en consecuencia aunque se sospeche que la atención mayoritaria del público se dirigirá hacia incidencias ajenas. Lo importante, a fin de cuentas, es que Lola y Marcelo puedan disfrutar de su amor en una sociedad sana y libre.

Santiago Díaz Bravo

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