miércoles, 29 de julio de 2009

LA AMBICIÓN DE LLANOS


La ambición es uno de los motores que mueven el mundo. Sin ella la humanidad no disfrutaría ni de la mitad de los logros de los que hoy en día puede enorgullecerse. Contrariamente al tópico que la sitúa en el listado de vicios humanos, su aportación cabe considerarla imprescindible para el desarrollo del hombre y de las sociedades. Pero es al mismo tiempo un arma de doble filo, una virtud tendente a volverse en contra de quien se muestre incapaz de dominarla, de quien se afane por seguir sus consejos sin medir los tiempos y las consecuencias de sus actos.
Ángel Llanos, destituido ayer de sus cargos en el Ayuntamiento de Santa Cruz, ha sido víctima de su desmesurada ambición política, que desde el primer momento enturbió las relaciones con un socio de gobierno tan acostumbrado al protagonismo como bisoño a la hora de compartir cámaras y micrófonos. Tal ha sido su afán por convertirse en un ser omnipresente en la vida municipal, de la misma forma que antes lo fue en el Cabildo, que la palabra paciencia jamás ha encontrado acomodo en su diccionario de práctica política. Y la paciencia no es sólo la madre de la ciencia: a veces es la única vía posible para colmar las legítimas aspiraciones.
Pero Llanos es un clarificador ejemplo de la nueva clase política, tan ansiosa por cumplir sus objetivos que ha convertido el otrora debate ideológico en un cuerpo a cuerpo sin tregua. El sosiego no encuentra cabida en la nueva escuela, donde la necesaria reflexión ha quedado relegada a un segundo plano. Los políticos, antaño corredores de fondo, se han tornado en esprínteres a tiempo completo, y tan veloces se muestran cuando se aprestan a alcanzar la meta como cuando las circunstancias les obligan a recular. Por ello podemos estar seguros de que el libro de Llanos aún no ha agotado sus páginas.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

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