viernes, 17 de julio de 2009

TOROS Y FARMACIAS

Nadie conoce a ciencia cierta la causa por la que este país llamado España, tan moderno, tan europeo, a un tiempo tan de todo y tan de nada, se caracteriza por su exacerbada querencia a los anacronismos. El dicho más vale malo conocido que bueno por conocer ha adquirido rango de ley y las costumbres, aún cuando exista el convencimiento de que resultan arcaicas y ajenas al sentido común, se tornan poco menos que en intocables salvo contadas excepciones.
La denominada fiesta nacional, esto es, la matanza salvaje y sin sentido de un animal bajo la hilarante excusa de la estética, un argumento que otorga rango de creador a un vulgar matarife embutido en una indumentaria harto ridícula, acaso sea el más contundente ejemplo del empecinamiento en mantener lo malo porque sí, porque siempre ha sido y debe seguir siendo. Y se podrían citar otros muchos casos, probablemente ninguno tan pintoresco, sangriento y adornado por razonamientos falaces como el del toreo, pero anacronismos al fin y al cabo y por lo tanto del todo rebatibles.
Uno de ellos, estos días en boca de todos tras una sentencia del Tribunal Supremo que atañe a Canarias, es la imposibilidad de que cualquier hijo de vecino, licenciado en Farmacia o no, cuente con la opción de abrir una botica como quien abre un supermercado, una zapatería o un centro médico.
Sólo el corporativismo más rancio por parte de los concesionarios y la permisibilidad más incomprensible por parte de la administración explican que el reparto de la millonaria tarta farmacéutica se rija por criterios propios de los años mozos de María Castaña. Pero los anacronismos, por suerte, son enfermos terminales, y podemos estar muy seguros de que con el paso de los años la apertura de farmacias se liberalizará y los toreros pasarán a engrosar la lista de desempleados.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

No hay comentarios:

Publicar un comentario