martes, 21 de julio de 2009

LA CONQUISTA DE LA LUNA


Nada más triste que elevar los ojos al cielo y no hallarla, saberla cubierta por cúmulos que nos impiden admirar una noche más su imponente presencia, su incontestable egocentrismo cósmico. ¿Qué sería de nuestras vidas sin ella? ¿A quién pondríamos por testigo de nuestros amores, desamores y andanzas varias? ¿Dónde recalaríamos cada vez que nuestras mentes se perdiesen dentro de sí mismas? ¿Qué ocurriría con nuestros mares? ¿Qué haríamos tras pasar por la vicaría: irnos de marte de miel, de saturno, de júpiter...? ¿Cómo podríamos imaginar a Valencia sin su brillo? ¿Hacía dónde hubiese mirado el maestro García Lorca para componer su memorable romance? ¿Qué pediríamos más imposible? ¿Dónde encontraría trabajo el hombre-lobo con esta crisis que nos atenaza?
Llegó antes que nosotros. Se instaló ahí al lado, casi a tiro de piedra. Desde lo alto nos ve nacer, crecer, hacer el tonto y morir. Todo lo contempla y todo lo sabe. En ocasiones parece que nos sonríe igual que una madre que se alegra de la suerte del hijo bien amado; a veces muestra una faz adusta, dura, tal que estuviese a punto de abroncarnos por vaya usted a saber qué travesura. Si se fuese de la lengua más de uno querría meter la cabeza bajo tierra; si contase historias bellas, contaría las más hermosas que nuestros oídos hubieran escuchado jamás.Tanto le debemos que era obligado visitarla, agradecerle todo lo que nos ha dado y nos seguirá regalando.
Estados Unidos de América, el papaíto del planeta, fue el encargado de enviar a Neil Armstrong y Buzz Aldrin con sus zapatones. Como es menester, hubo intercambio de regalos: ella nos obsequió con unas cuantas piedras; nosotros a ella con la bandera de las barras y estrellas. Nos desvivimos por conquistarla hace ahora 40 años, pero fue ella quien nos conquistó a nosotros hace ya muchos siglos.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

No hay comentarios:

Publicar un comentario