jueves, 16 de julio de 2009

LA SUERTE DE RAYAN

Rayan, el bebé sietemesino que murió de forma terrible en un hospital de Madrid, se ha convertido sin saberlo, y probablemente sin que su afligida familia haya reparado en ello, en todo un privilegiado en estos tiempos que corren. A pesar de su enorme desgracia, de la infausta sorpresa que la vida le tenía preparada nada más ver la luz, queda el consuelo de que su trágico fallecimiento no se haya quedado en una mera estadística apenas comentada en los medios de comunicación.
Si su madre, la joven Dalila, no hubiese sufrido la desgracia de toparse con el imprevisible virus de la gripe A y permaneciese aún entre los vivos, el imperdonable error de una enfermera y las funestas consecuencias de tamaña impericia no serían objeto de un despliegue informativo de tales dimensiones, porque por mucha memoria que hagamos no hallaremos precedentes de un error médico que haya adquirido tan descomunal protagonismo entre la opinión pública. O dicho de otro modo: nunca antes una sonda nasogástrica se había convertido en asunto de debate en bares y cafeterías.
Rayan jamás tendrá la suerte de disfrutar del abrazo de un amigo, de una riña de enamorados, de un paseo por un parque, de las embriagadoras notas de una guitarra ni de un refresco en una terraza soleada. Un maldito tubo y una irresponsable muchacha se lo han impedido. Pero su trágico adiós a este mundo, la suma de su tragedia a la que previamente sufrió quien le dio la vida, lo han convertido en un ser lo suficientemente importante como para hacernos reflexionar sobre cuántos casos similares, acaso sin desenlaces tan desgraciados, pero igualmente punibles, se suceden a diario en los hospitales públicos y privados de este país sin que nadie, ni facultativos, ni autoridades, ni medios de comunicación, pongan el grito en el cielo.

Santiago Díaz Bravo
La Opinión

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