lunes, 13 de julio de 2009

LA NUEVA RELIGIÓN

Un inocente cuchillo lo mismo sirve para cortar un delicioso solomillo que para sesgar la yugular a cualquier hijo de vecino. La mano que nos deleita con la más sensual de las caricias es capaz de propinarnos un sonoro y doloroso bofetón, si es que antes no ha optado por asir el mango del cuchillo tras nutrirse con un estupendo filete. La bondad y la maldad, lejos de poder considerarse cualidades intrínsecas de las personas y las cosas, dependen de un cúmulo de circunstancias, y la mesura es la reina de todas ellas.
Porque cuando la mesura se echa de menos, cuando la medida se torna en desmedida, algo falla, los fluidos de la vida no se encuentran en los niveles adecuados y el sentido común se va al garete. Cómo, si no, explicar lo que está ocurriendo en las últimas semanas, en los últimos meses, en los últimos años, en torno a esa nueva religión llamada fútbol, capaz de suscitar una entrega de las masas que satisfaría al más arrogante de los dictadores.
El fútbol ha logrado lo que han sido incapaces de conseguir la mayoría de los sátrapas que la historia ha regalado a la humanidad: la confusión entre lo importante y lo accesorio, fortaleciendo hasta límites extremos la santidad de un deporte que hace tiempo dejó de serlo. Lo banal se ha transformado en trascendente y el fichaje de un futbolista adquiere un rango informativo similar, cuando no superior, al de una guerra o un asesinato.
Que miles de seres humanos abarroten un estadio con el único objetivo de ver sonreír a un joven atleta, que aplaudan a rabiar las obviedades que éste expanda ante un micrófono, supone la evidencia de que la mesura ha pasado a mejor vida. Y no lo es menos lo acaecido con las colas del Heliodoro, prueba irrefutable de que en materia de desmesura Tenerife también puede inscribirse en la primera división.


Santiago Díaz Bravo
La Opinión

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