jueves, 23 de diciembre de 2010

LA NAVIDAD ES UNA EXCUSA

CON TODO el respeto hacia quienes conmemoran esta Navidad el 2010 cumpleaños de Jesús de Nazaret, un hecho histórico sin duda extraordinario, apasionante y harto entrañable, cabe afirmar que estas fiestas que ahora entran en su máximo apogeo se han convertido en una mera invocación de excusas. Porque la Navidad es una maravillosa excusa para realizar esa llamada telefónica continuamente aplazada durante el resto del año, para reunirse con los amigos en torno a una mesa cálida y desbordante de camaradería, para recordar con una sonrisa a nuestros seres queridos vivos y cercanos, con nostalgia a los que separa la distancia y con lágrimas a aquellos que una vez decidieron marcharse y el buen Dios ojalá haya accedido a acoger en su seno.
La Navidad es la excusa ideal para visitar a nuestros dependientes favoritos, y a los no favoritos también, carajo, que es Navidad; es la excusa perfecta para comprarnos esa maravillosa televisión de plasma que nuestra cuenta corriente nos niega mes sí, mes también, pero hasta aquí hemos llegado; para homenajear a nuestro paladar con esos sabores que el cruel médico de cabecera tan despreciativamente detesta; para castigar a nuestros estómagos con una carga inusitada, que un día es un día aunque se repita diez veces a lo largo del mes; y también para participar en el apasionante juego del control de alcoholemia, una suerte de ruleta rusa a mitad de camino entre la vida y la muerte, la propia y la del prójimo.
La Navidad es la excusa para congraciarnos con quienes hemos reñido, aunque en nuestro fuero interno sigamos convencidos de que la razón nos asistía sin ambages frente a argumentos tan peregrinos como estúpidos; es, además, la ocasión idónea para perdonar a las víctimas de nuestras ofensas, y de requerir el perdón a quienes injustamente se pasaron varios pueblos. Es también la excusa largamente esperada por los regulares, los malos, los pésimos y los horripilantes aficionados al “bel canto”, que dan rienda suelta a su equivocada vocación para desgracia de unos congéneres que se pertrechan bajo el supuesto espíritu navideño con el fin de escuchar sin inmutarse, regalando incluso una amplia sonrisa, tamaño castigo para el martillo, el yunque y el estribo. 
La Navidad nos sirve de excusa para pasear y disfrutar de una ciudad que nos es ajena el resto de año; y para descubrir lo feliz que nos hace la sonrisa de un niño, esa inocente víctima de la descomunal mentira acerca de la llegada de tres monarcas con tal fortuna que poco les importan los vaivenes de la inflación. Cuesten más, cuesten menos, siempre se las arreglan para entrar en escena con un saco rebosante de juguetes, igual que para tomarse todas las copas de vino con las que son obsequiados por los agradecidos papás, y para aparecer por la televisión en la Cabalgata de Madrid media hora antes de adorar a una réplica del niño Dios en el modesto belén de la plaza del ayuntamiento.
La Navidad es una excusa imprescindible para dar rienda suelta a un sinfín de necesidades emocionales del mismo modo que para maltratarnos un poco más de lo que lo hacemos habitualmente. La Navidad es una excusa en sí misma que merece ser aprovechada.


Santiago Díaz Bravo

viernes, 26 de noviembre de 2010

CATALUÑA NO PAGA A TRAIDORES

Si las encuestas no yerran, que no suelen hacerlo, el presidente de la Generalitat de Catalunya, José Montilla, abandonará el cargo con el rabo entre las piernas y entonando un sonoro mea culpa tras una concatenación de despropósitos tan infantiles como de previsibles consecuencias. El próximo jefe de la oposición en el Parlament catalán lleva cuatro años jugando a ser lo que no es, al menos a lo que aseguraba no ser, y sus votantes, traicionados, tratados como imbéciles por quien de la noche a la mañana quiso asumir el papel de adalid del catalanismo rancio, le han vuelto la cara.
Los nacionalistas moderados de CiU han ganado elección tras elección una vez restaurada la democracia, y sólo las matemáticas parlamentarias permitieron fraguar una mayoría alternativa, primero con Maragall al frente; luego bajo el liderazgo del ex ministro de Industria. El experimento no ha podido ser más desastroso, porque avenir en una misma vasija ideologías tan dispares como las de PSC, ERC e ICV sólo podía derivar en la conformación de un sucedáneo nacionalista tan absurdo como grotesco. Buena parte de los 789.767 catalanes que en 2006 prestaron su apoyo a los socialistas han asistido impávidos al empeño de Montilla en fajarse con CiU en sus propios dominios, en tratar de convencer a los 928.511 votante de Artur Mas de que, para catalanista, el menda. Montilla gastó dinero y esfuerzos en regalar flores y todo tipo de presentes a una pretendida novia mientras descuidaba a la otra, la de verdad, la que le había colmado de besos. Y ya se sabe: no hay nada peor que una amante despechada.
El todavía president convirtió asuntos como el de la reforma del Estatut en bandera de su gobierno, y ni siquiera cambió de rumbo tras comprobar el exiguo seguimiento de la erróneamente calificada como "masiva manifestación" contra la sentencia del Tribunal Constitucional, a la que apenas asistieron unos 100.000 ciudadanos. Aquello fue un  toque de atención, la prueba del algodón, el contundente reflejo del divorcio entre el PSC y su electorado, la irrefutable verificación de un error de estrategia que ha brindado su cabeza, en bandeja de plata, a las huestes de CiU.
Cierto es que Montilla se ha visto obligado a lidiar con los permanentes caprichos de los socios independentistas de Esquerra, a quienes sus votantes obsequiarán el domingo con una suerte similar a la de los socialistas, pero no lo es menos que, lejos de intentar amansar a la fiera, ha actuado como un domador complaciente, a ratos ejerciendo incluso de azuzador de una insaciable voracidad antiestatal. Da la impresión de que nada más prometer el cargo, Montilla olvidó a quienes lo habían alzado y las razones por las que lo hicieron, y estos, recurriendo a la siempre vigente sabiduría romana, no parecen dispuestos a pagar a traidores.

Santiago Díaz Bravo

lunes, 22 de noviembre de 2010

DE CASTILLOS Y PARQUES

Pues resulta que a un grupo de jóvenes literatos leoneses no se les ocurre otra cosa que conceder un premio al escritor estadounidense Paul Auster, y éste, agradecido pese a la irrelevancia del galardón, se presenta en tierras castellanas con una sonrisa en la boca y la firme intención de corresponder a tamaña consideración. Y resulta que a un grupo de jóvenes literatos tinerfeños no se les ocurre otra cosa que rogar al Premio Nobel José Saramagoque les prologue un libro de relatos, y el autor portugués, ni corto ni perezoso, los desoye y se presta a participar como uno más aportando un bello cuento, acaso el último de su vida.
Auster y Saramago, dos de los grandes de la literatura universal, aunque al primero aún le queden unos cuantos reconocimientos a los que buscar sitio en sus estanterías, han vuelto a evidenciar la máxima que reza “quien vale, vale para todo”, y la humildad acaso sea uno de los principales signos de valía.
De pésimos escribidores recluidos en castillos de altos e inexpugnables muros está el mundo lleno, casi tanto como de excelentes escritores que pasean por el parque disfrutando del aire fresco, toman café en una soleada terraza, llevan unos pantalones manchados a la tintorería, discuten con la santa en el rellano de la escalera, se emborrachan hasta perder el tino en un bar de mala muerte o tocan en la puerta de sórdidos burdeles con la intención de reencontrar el amor perdido.
La literatura es literatura en tanto refleja las grandezas y miserias de la existencia, y la única persona válida para plasmarlas es quien sale a su encuentro, quien bebe de la fuente de la experiencia, la propia y la ajena, con el ánimo de indagar en el conocimiento del espíritu humano.
La humildad es una virtud imprescindible e irrenunciable para cualquier literato que se precie de serlo, e incluso para quien se precie de querer serlo, porque la humildad facilita la llave que abre las innumerables habitaciones emocionales que pueblan la vida del hombre.
Los castillos de muros altos e inexpugnables, que lucen en sus fachadas lujosas cariátides de mirada altiva y expresión imbécil, quedan para los futbolistas, las modelos y los políticos indignos. Pobre de aquel escribidor, consagrado o incipiente, que se decida a cruzar el puente que sortea la profunda fosa y gire la llave que activa la inamovible cerradura, porque antes habrá arrojado su humildad a los insaciables cocodrilos y estos habrán acabado con cualquier atisbo de vida literaria.
Santiago Díaz Bravo
P.D.: Les dejo con un pequeño documental sobre el libro de relatos ‘Desiderátum. 21 viajes a San Borondón’, editado a principios de años y que se vuelve a relanzar estas Navidades. Entre los autores participantes, el Premio Nobel José Saramago.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

RECETAS LITERARIAS

Pocas decisiones acentúan tanto nuestro bienestar como la determinación de convertir los libros en parte de nuestra existencia si no lo son; de intensificar nuestra relación con ellos en el caso de que los frecuentemos. En uno u otro supuesto, la beneficiada será nuestra salud mental, porque acaso ignoren ustedes que no existe mejor terapia para mantenerse uno en sus cabales que entregarse a la pasión de las letras.
Leer es el principal ejercicio de abstracción conocido, la única manera de lograr que nuestro ajetreado cerebro, de habitual enfermizo y estresado, nos diga adiós para sumergirse en la trepidante trama de una novela, en las sorprendentes conclusiones de un ensayo, en la rítmica música de una poesía. Un libro es una suerte de masajista que frota dulce pero enérgicamente nuestras sienes con el mejor aceite posible: el que relativiza todo aquellos que nos ronda y preocupa. Una sociedad que se dice desarrollada y avanzada, aunque tales adjetivos nos provoquen un amago de sonrisa, tendría que inventar una nueva profesión: terapeuta literario.
Que se halla usted encabronado con el universo y parte del extranjero: paladee tres, cuatro, a lo sumo cinco 100 Pipers on the rocks y acompañe al bueno de Charles Bukowski por La senda del perdedor. Si no mejora, es que se trata de un problema metafísico. En tal caso, átese una soga al cuello y escuche atentamente las palabras de Louis Ferdinand Celine en Viaje al fin de la noche ¿Sigue igual? Entonces, deje ir la silla.
Que es usted víctima de un conflicto amoroso: pasee por un parque arbolado mientras contempla el trasiego de familias pseudofelices. Luego tome asiento y aprovéchese de las experiencias de Julian Barnes en Hablando del asunto. Que no sabe si aventurarse en nuevos proyectos profesionales o agarrarse a lo que tiene: pida consejo a Mario Vargas Llosa a través de Pantaleón y las visitadoras. Como puede apreciar, la botica es generosa.
Leer nos sana porque leer, como bien dice el propio escritor peruano, nos ofrece la oportunidad de vivir otras vidas, de ser otros sin dejar de ser nosotros mismos, de aprovecharnos sin rubor alguno de la experiencia ajena. Tengan por seguro que si los libreros luciesen bata blanca la sociedad sería más justa y feliz, y que no pocos facultativos y farmacéuticos pasarían a engrosar las listas del desempleo.
Santiago Díaz Bravo

miércoles, 3 de noviembre de 2010

PORREROS Y TERRORISTAS

Un 57 por ciento de los votantes de California ha rechazado la legalización de la marihuana, una decisión del todo democrática, qué duda cabe, pero a todas luces injusta. Sencillamente porque la democracia, cuando se excede en sus funciones, se convierte en una suerte de dictadura. Las prohibiciones deben formar parte del entramado social, resultan imprescindibles para una convivencia cívica, pero sólo hallan justificación cuando regulan las relaciones entre un ciudadano y terceros, nunca cuando se aplican a conductas individuales inocuas para el resto de los mortales. Pero éste es un mero punto de partida, porque el empeño numantino de los poderes públicos en mantener fuera de la ley la producción, distribución, venta y consumo de drogas es un diáfano ejemplo de hasta qué extremo es posible tropezar una y otra vez, estúpidamente, en la misma piedra. Resumamos tal cúmulo de despropósitos en tres puntos.

Un craso atentado contra la libertad de los ciudadanos. Los poderes públicos, en el caso de los países democráticos respaldados por la delegación de la soberanía popular, cuentan entre sus obligaciones la salvaguarda de la salud pública, pero ¿dónde se halla el límite? ¿Deben tener potestad nuestros vecinos, indirectamente a través de los parlamentarios, directamente en casos como el del referéndum de California, para prohibirnos que nos desplacemos a un establecimiento comercial, compremos la clase de droga que nos venga en gana y la consumamos donde nos plazca? Si conviniésemos que sí, contaríamos con todas las bendiciones para fundar un movimiento ciudadano que promoviese la prohibición de la bollería industrial, la carne de cerdo, el café y, cómo no, el alcohol y el tabaco, cuyos perniciosos efectos sobre la salud pública superan con creces los que provoca el consumo de drogas ilegales. Y también la ropa de colores chillones, por qué no; y pronunciar la palabra retruécano; y caminar hacia atrás; y mostrar preferencia por un equipo de fútbol que no sea el mayoritariamente apoyado por la ciudadanía. Desde la próxima liga, todos del Real Madrid o todos del Barcelona. Qué estupenda idea convocar un referéndum y, atendiendo al infalible resultado de las urnas, dejar fuera de la ley las muestras de afecto al resto de los clubes. La lista de majaderías sería interminable.  
Las autoridades sanitarias están obligadas a analizar las peculiaridades de los productos de consumo y fijar una serie de parámetros, de obligado cumplimiento por parte de productores, distribuidores y vendedores, que garanticen su calidad. Tienen el deber, asimismo, de informar a los ciudadanos, con esmero y reiteración, de los riesgos y efectos secundarios que se hayan detectado, pero está fuera de todo lugar que invadan la libertad de individuos mayores de edad y en sus cabales para impedirles que ejerzan su derecho a tomar sus propias decisiones y obrar en consecuencia. Hacerlo no pude considerarse sino un atentado a la libertad de pensamiento que fija el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, en el caso de la Constitución española de 1978, a los artículos 16 y 20.
Bien al contrario, nos hallamos ante la paradoja de que la prohibición supone en la práctica una reprobable desidia por parte de las autoridades, toda vez que el empeño en mantener el carácter ilegal de las drogas impide que se controle su calidad y facilita que tal mercado, del que se nutren millones de consumidores, se encuentre a merced de delincuentes transformados en alquimistas de andar por casa, las más de las veces duchos en todo tipo de adulteraciones con sustancias malsanas.

Una batalla onerosa y perdida de antemano. Respondamos a tres sencillas preguntas: ¿cuántas décadas llevan los Estados luchando contra el tráfico y consumo de drogas? ¿Cuánto dinero se han gastado? ¿Qué avances se han logrado? Las respuestas son harto contundentes y no dejan bien parados a los sucesivos gobiernos, porque a pesar de que la persecución de las redes del narcotráfico se remonta a 60 años atrás, pese a que se han destinado ingentes cantidades de dinero a tal fin (si bien menos del que hubiesen ingresado las haciendas públicas en concepto de impuestos tras una legalización), en cualquier ciudad del mundo es posible comprar prácticamente cualquier droga ilegal, la ampliación del catálogo de sustancias estupefacientes poco tiene que envidiar a la de un supermercado al uso y el número de consumidores crece de forma exponencial. Lo realmente paradójico es que, ante tal panorama, aún sean pocas y tímidas las voces que claman por revisar el actual modelo de relación entre sociedad y droga.
Pero no caigamos en el error de considerarnos unos iluminados, porque en petit comité, en los cenáculos ajenos a los ojos de la opinión pública, los prebostes políticos llevan años sopesando los pros y contras de una posible legalización. Y los pros ganan por goleada, pero a cambio de un coste electoral impredecible porque, como en tantos otros asuntos en los que el interés partidista prevalece sobre el sentido común, tomar una determinada decisión conllevaría el enfrentamiento directo con fuerzas políticas opositoras (aunque no pocas de ellas aplaudirían la legalización de puertas adentro y con la boca chica), grupos sociales conservadores y gobiernos de países vecinos.
Los ciudadanos de los países más poderosos del mundo contemplan incrédulos la ineficacia con la que sus gobiernos se enfrentan al 'problema' de la droga, pero en el subconsciente colectivo se ha instalado la convicción de que si se cejase en tal lucha, la situación empeoraría y las nuevas generaciones convertirían sus países en una suerte de Gomorra. No caen en la cuenta de que legales o ilegales, basta con que sus hijos salgan de casa con diez, veinte, cincuenta euros en el bolsillo y caminen un par de manzanas para que puedan adquirir cualquier tipo de sustancia, las más de las veces sucedáneos adulterados, más perjudiciales para la salud que cualquier narcótico puro.
En Holanda, una rara avis con un curioso modelo de tolerancia del cannabis y sus derivados, cuya distribución permanece penada pero la venta y consumo se han legalizado, el número de consumidores de dichas drogas es menor que el de países como España o los Estados Unidos, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En no pocas ocasiones, los miedos paralizan el sentido común.


Una fuente de financiación para las mafias internacionales y las organizaciones terroristas. Imaginemos por un momento que a los gobernantes de México, un país que vive inmerso en algo parecido a una guerra civil entre bandas de narcotraficantes, ante las que una policía inoperativa y corrupta apenas puede hacer frente, se les apareciese la Virgen de Guadalupe y les instase a legalizar la producción, distribución, venta y consumo de drogas. En un principio, tal decisión se traduciría en un duro golpe para la economía nacional: los sicarios colapsarían las oficinas de desempleo y unas cuantas funerarias presentarían suspensión de pagos, pero a la larga los beneficios para la nación, sociales y económicos, permitirían refundar un estado cuyos cimientos se tambalean como consecuencia del protagonismo adquirido por los clanes criminales.
A estas alturas los servicios de inteligencia han eliminado cualquier tipo de duda al respecto: la mayor parte de las grandes organizaciones delictivas y los más sanguinarios grupos terroristas tienen en el tráfico de drogas una de sus principales fuentes de financiación. Para que no deje de serlo, basta con que las naciones más prósperas, donde se concentran la mayoría de los consumidores, mantengan la ilegalización de las drogas.¿Conoce usted alguna mafia internacional especializada en el tráfico de naranjas? ¿De melones? ¿De sandías? ¿De papas? 
Sin desearlo, aunque a sabiendas de ello, los Estados colaboran en el sostenimiento de buena parte de las estructuras criminales y terroristas por su empecinamiento en no reconocer el fracaso de unas políticas antidroga tan anacrónicas como absurdas, costosas, ineficaces y contraproducentes. Mala táctica la de dar de comer al enemigo. Probablemente la decisión que afectaría en mayor medida a una organización como Al Qaeda, al punto de sesgar sensiblemente su capacidad operativa, sería la legalización de las drogas. Tanta importancia ha adquirido el tráfico de tales sustancias en sus planes que la propia Drug Enforcement Administración (DEA) estadounidense ha confirmado la existencia de relaciones entre los radicales musulmanes del norte de África y las FARC colombianas con vistas a facilitar la entrada de cocaína en Europa.

Por todo ello, tras el resultado del referéndum celebrado ayer en California, y aunque justo es reconocer que el simple hecho de haber convocado la consulta popular supone un significativo avance, las cosas seguirán como hasta ahora. Quien desee consumir cannabis u otra droga en Los Ángeles, San Francisco o cualquier ciudad de ese Estado lo seguirá haciendo, la administración continuará destinando recursos públicos a una guerra que jamás ganará y buena parte del dinero que recauden los traficantes irá a parar a las cuentas de las grandes organizaciones criminales. Una vez más, los prejuicios han podido con todo.

Santiago Díaz Bravo

miércoles, 27 de octubre de 2010

EL PERIODISMO REGRESA A LOS LIBROS (II)

Que los periodistas hayan recuperado el libro como soporte para plasmar su trabajo y el público haya respondido con entusiasmo ante tal iniciativa encuentra su origen, como no podía ser de otra forma, en la casi siempre infalible ley de la oferta y la demanda, o de la demanda y la oferta, en el orden que se quiera, es decir, en la búsqueda, por parte de informadores y consumidores de información, de mayores alardes cualitativos en los contenidos. Tal fenómeno ha sido motivado por una coyuntura en la que las empresas periodísticas se ven obligadas a prescindir de profesionales de amplio bagaje y contrastada calidad, en no pocos casos acreedores de un cierto grado de reconocimiento por parte de un público harto especializado. Ambas circunstancias, la mayor exigencia del respetable y el incremento de las lista de desempleados en la profesión, se retroalimentan a la hora de sumar cada vez más títulos a las librerías.
Un ejemplo contundente de tal fenómeno lo hallamos en la sección de Internacional de diarios y cadenas de radio y televisión. El mantenimiento de un corresponsal supone una pesada carga para el departamento de administración, igual que el pago de los onerosos gastos del enviado especial. Solución: que el corresponsal vuelva a casa (a la propia, que la sección de Local se encuentra más que completa a pesar de los últimos despidos) y los contenidos se toman de cualquier agencia, que a fin de cuentas pueden salir hasta treinta veces más baratos. Evidentemente, al gerente que ha sustituido al director en la toma de las grandes decisiones no es que le importe que la información internacional que se vaya a ofrecer a partir de entonces sea exactamente la misma que publiquen un centenar de diarios en ese mismo país, incluidos los comarcales, y que con ello se eche por tierra acaso el principal valor de un medio: la diferenciación. Es que tal empobrecimiento cualitativo (y la consiguiente pérdida de valor comercial) ni siquiera se le ha pasado por la cabeza. Del caso de los enviados especiales, mejor ni hablar.
Así las cosas, el diario favorito de don Juan Pérez, un fiel lector de las páginas de Internacional (además de seguidor de la web creativacanaria.com), deja de ofrecer la información que tanto le gustaba. El bueno de don Juan advierte que su periódico no es lo que era y que los restantes le andan a la zaga. Decepcionado, cuando no enojado, rompe su arraigada disciplina periodística, se despide amablemente del quiosquero y mira hacia otro lado con ansias de reencontrar lo que se le ha acabado por negar. Nada más cruzar la calle se topa con una librería rebosante de atractivos títulos.
Trasladémonos del ejemplo general al caso personal: en el reciente Hay Festival celebrado en Segovia, la periodista Olga Rodríguez, una inquieta reportera especializada en el conflicto de Oriente Medio que ha estado presente en guerras como las de Irak y Afganistán y goza de un merecido prestigio, reconocía que se ha quedado sin trabajo y, ante la absoluta carencia de nuevas oportunidades, los libros se han convertido en la única opción para continuar desarrollando su carrera. Compañeras como Mayte Carrasco, otra avezada reportera de guerra, y la propia Rosa María Calaf, ex corresponsal de TVE y en la actualidad presidenta del Centro Internacional de Prensa de Barcelona, coincidieron en el diagnóstico y se aventuraron a prever que tal fenómeno continuará in crescendo.
El caso de la sección de Internacional puede aplicarse a cualquier otra, especialmente a las que compiten con los económicos contenidos que ofertan las agencias. Las fórmulas periodísticas que se han aplicado en las últimas décadas no se limitan a mutar para adaptarse a internet. Los libros también tienen mucho que decir en este trepidante proceso.
continuará
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lunes, 18 de octubre de 2010

UN EJERCICIO DE REFLEXIÓN

El Premio Planeta no deja de estar de actualidad, ahora debido a la decisión de una jueza de Barcelona de llevar a juicio el presunto plagio de la novela Carmen, Carmela, Carmiña, de la escritora gallega María del Carmen Formoso, por parte de un paisano suyo, nada menos que el Premio Nobel Camilo José Cela, uno de los más grandes autores españoles del siglo XX. La magistrada considera que existen indicios racionales de que se cometió un delito contra la propiedad intelectual en la elaboración de la obra La Cruz de San Andrés, con la que Cela obtuvo el galardón en 1994, así como otro de supuesta estafa o apropiación indebida por parte de la editorial Planeta, que habría entregado al ganador el original de la primera de las novelas, que también optaba al premio, con el fin de que la ‘retocase’ y la presentara.
A la espera de que la Justicia cumpla con su trabajo y nos permita acabar con la procelosa duda que nos invade desde hace una década, cuando la señora Formoso advirtió las similitudes entre ambas obras, me limito a proponerle un ejercicio de sana reflexión: si usted, como fue el caso del gran Camilo José Cela, hubiese obtenido el Premio Nobel de literatura en 1989, es decir, contase en su currículum con la madre de todos los premios, con el reconocimiento que lo convierte en un escritor ‘fuera de concurso’, ¿se jugaría cinco años más tarde su universal prestigio compitiendo en un certamen literario al que se presentan centenares de primerizos y en el que, vaya usted a saber, corre el riesgo de quedar del segundo puesto hacia atrás? Yo, desde luego, si no estuviese del todo seguro de la victoria, ni me lo plantearía, pero usted, sólo faltaría, es muy libre de pensar y hacer lo que le venga en gana.
Santiago Díaz Bravo

sábado, 16 de octubre de 2010

CUANDO ANSON CONFIRMÓ UN SECRETO A VOCES

El 14 de octubre de 2008, el ex director de ABC, fundador de La Razón, presidente de El Cultural y ocupante de la silla ‘ñ’ de la Real Academia Española de la Lengua, Luis María Anson, confirmaba en un artículo publicado en el diario El Mundo un secreto a voces: el Premio Planeta de novela, con todas las matizaciones que se quieran realizar, es una completa farsa. Los medios de comunicación, sin embargo, lejos de cumplir su deber de revelar la verdad, se prestan desde hace años al juego que ensalza a este galardón como el más célebre del mundo a un libro inédito en lengua española.
Pero a pesar de tan arraigado entreguismo a la ceremonia de la confusión en la que se ha convertido el Premio Planeta, las tornas comienzan a cambiar. Los diarios, convencionales y digitales, las radios y las televisiones ya no lo denominan “el más prestigioso”, ni siquiera “el más importante”, sencillamente se refieren a él como “el más cuantioso”, y en eso, desde luego, no mienten.
Otro evidente signo de que este evento literario empieza a dejar de ser lo que era, víctima de sus propias contradicciones, lo hallamos en las primeras páginas de la prensa, porque hoy, 16 de octubre de 2010, el día posterior a la concesión del premio a la novela “Riña de gatos”, del escritor Eduardo Mendoza, advertimos que nada menos que tres diarios de ámbito nacional ignoran tal hecho en sus portadas, mientras que el resto le dedica un alarde tipográfico claramente modesto. La única excepción, como no podía ser de otra forma, es La Razón, propiedad del Grupo Planeta.
A pesar de todo, tal farsa no desmerece las obras laureadas, muchas de ellas extraordinarias, como seguramente lo sea la reconocida en la cena de anoche, porque si bien en el resultado de la deliberación del jurado influyen de forma determinante los directivos de la editorial, estos se cuidan mucho de que la novela que se alce con el reconocimiento sea, las más de las veces, de aceptable, buena o excelente calidad, al igual que las restantes nueve finalistas. Basta con echar un vistazo al currículum del premio para cerciorarnos de ello. Y es que el pecado no estriba en un engaño literario, porque tal engaño, a ciencia cierta, no existe, sino en el camuflaje de una mastodóntica estrategia de promoción y ventas detrás de un concurso que no lo es.
Con todo, el verdadero problema es el obstáculo que el Premio Planeta y otros conocidos galardones representan para la renovación de la literatura española. El hecho de que los más destacados concursos estén convocados por las propias editoriales, y, sobre todo, se destinen a obras no publicadas, impide el surgimiento de nuevos valores literarios. Se trata de un asunto tan importante que bien merece una próxima reflexión en la que indaguemos a fondo en dicho fenómeno.
Ahora les dejo con Luis María Anson y su polémico artículo.
LA FARSA DEL PREMIO PLANETA
En la cena mañana del Planeta, y salvo circunstancias imprevisibles, estará en una de las mesas el vencedor o la vencedora del premio. El afortunado o la afortunada sabe que va a ganar, la mayoría del Jurado también. Pero las votaciones y las eliminaciones se irán produciendo por el sistema Goncourt durante toda la cena. La ceremonia de la confusión se oficiará con el mayor cinismo. La gran farsa se representará una vez más con la aceptación sumisa de los que la conocen. El premio está concedido de antemano. Cuando Juan Marsé se dio cuenta del juego al que se estaba prestando dimitió del Jurado. Marsé escribe hoy por hoy el mejor castellano de nuestra literatura y yo lo he propuesto varias veces para el Premio Príncipe de Asturias. También para el Cervantes.
El fundador de Editorial Planeta, José Manuel Lara, me escribió en 1996 una carta que conservo proponiéndome que aceptara presidir el Jurado del premio Lara que había fundado en homenaje a su hijo, Fernando Lara, muerto en triste accidente de tráfico. Fernando estaba llamado a suceder a su padre en el control del imperio Planeta. La responsabilidad recayó por el azar del accidente en su otro hijo José Manuel y, aunque son muchas las críticas que se vierten sobre él, yo no las comparto. El actual Lara es un empresario sagaz, que conoce como nadie las interioridades de las empresas y que ve a corto, a medio y a largo plazo. Por eso el éxito le acompañará casi siempre en sus aventuras empresariales.
Conocía yo la farsa del premio Planeta. Sin embargo acepté presidir el premio Lara porque me parecía y me sigue pareciendo conveniente que existan premios literarios de envergadura, lo cual es positivo para la república de las letras, aunque la elección del ganador sea una farsa.
Cuando un editor se juega docenas de millones de pesetas con una novela quiere que ésta, antes que nada, sea comercial. Así es que expertos de los comités de lectura leen las obras presentadas para elegir entre ellas a la media docena que se pasan al Jurado, con el denominador común de su futuro éxito de venta. No sólo eso. La mayoría de los miembros del Jurado reciben una indicación de la novela preferida por la editorial.
Como muchas veces lo que se presenta al premio es bazofia impublicable, la editorial desde hace bastantes años elige a un novelista de renombre y le propone escribir una novela para presentarse al Planeta. Es el tapado. Con él la editorial está segura del éxito comercial y de recuperar con creces los más de cien millones de pesetas que acompañan al premio.
Yo conocía bien en qué telares se iba a tejer el premio Lara, igual que el premio Planeta, pero estaba de acuerdo en sumarme a una farsa que, en definitiva, favorece al mundo de las Letras. Me retiré de la presidencia del Jurado cuando la compra del diario “Avui” por parte del hijo del fundador de la editorial, lo que me causó un grave problema de coherencia ideológica. Presidía yo el Consejo Editorial del Grupo y me desayunaba, día tras día, con un diario serio y excelente como “Avui” que, en el ejercicio de su libertad de expresión, proponía la independencia de Cataluña; y otro, “La Razón”, por mí fundado, que defendía la unidad de España. Así es que en su día escribí una carta al hijo del fundador de Planeta dimitiendo de todos los cargos que tenía en el Grupo, que eran muchos, entre ellos la presidencia de “La Razón” y la del Premio Lara de novela.
Mañana, en fin, se interpretará un año más la gran farsa del premio Planeta, con beneficio, insisto, a pesar de todo, para la literatura española. El escritor tapado estará, si algo no lo impide, entre el público y el Jurado sabrá antes de empezar las votaciones quién va a ganar.
Luis María Anson
El Mundo. 14 de octubre de 2008

jueves, 14 de octubre de 2010

EL PERIODISMO REGRESA A LOS LIBROS (I)

El periodismo atraviesa una etapa de cambios profundos, vinculados los más de los casos a la eclosión de internet y al abandono de los diarios convencionales por parte de un significativo número de lectores. Pero en contra de lo que pueda parecer, hay algo más que pantallas y teclados en la viña del señor, porque de forma paralela al crecimiento exponencial de la información periodística en la red, asistimos a un inesperado fenómeno con el que pocos contaban: el regreso del periodismo a los libros.
A decir verdad, los libros periodísticos, que en el caso de España vivieron su época dorada durante los años de la transición, cuando respondieron a las ansias de información de un país que acaba de atravesar el oscuro túnel de la dictadura, jamás han desaparecido del todo, pero durante las dos últimas décadas han perdido protagonismo en los estantes de las librerías hasta quedar relegados a una suerte de subgénero menor. Ahora, sin embargo, acaso para acabar de dar la razón a quienes aseguran que el tiempo es circular y las modas y costumbres de antaño están condenadas a resucitar, las tornas cambian y el periodismo ‘de profundidad’ renace a través de las editoriales. El catálogo de títulos no para de crecer y un ejército de lectores parece decidido a continuar azuzando a los editores para que no cejen en su empeño.
Como en todos los ámbitos de la realidad, los porqués cabe hallarlos en múltiples causas, pero si realizamos un ejercicio de simplificación podemos reducirlos a la pérdida de confianza de la opinión pública en la prensa generalista, al mayor interés de esa misma opinión pública por la profundización en determinados asuntos de la actualidad, un interés que nace de la decepción ante los paupérrimos contenidos que ofrecen los medios de comunicación convencionales, y a la pérdida de ingresos económicos por parte de los considerados ‘diarios serios’.
Que los españoles cada vez miran con mayor recelo hacia la prensa no es ningún secreto: los estudios de opinión del propio Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) así lo atestiguan. Explicar los motivos requeriría de un extenso artículo dedicado en exclusiva a tal fenómeno, y no es éste el foro adecuado, pero baste comentar que la gestión de los medios de comunicación se fundamenta en un doble núcleo: el periodístico, donde prima la labor informativa, y el empresarial, donde prima la cuenta de resultados. Históricamente, el peso del núcleo periodístico ha sido mayor, pero en el último lustro, caracterizado por un considerable descenso de la inversión publicitaria y el peligro de quiebra económica de un sinfín de medios, el núcleo empresarial ha tomado el mando y su influencia se deja sentir, incluso, en los contenidos informativos. Resultado: en no pocos casos el criterio periodístico queda subyugado a la égida del interés empresarial, lo que impide la jerarquización de las noticias y provoca un maremagnum donde lo importante comparte escenario con lo accesorio. De forma paralela, la inversión en la generación de contenidos disminuye a marchas forzadas. Consecuencia: los lectores, cada vez más exigentes, en buena medida por las posibilidades de acceso a la información que ofrece internet, se sienten decepcionados y buscan otros soportes que respondan a sus inquietudes. O lo que es lo mismo: la audiencia se ha vuelto más minuciosa a la vez que los medios ofrecen una oferta de peor calidad. En tal tesitura, vendedor y consumidor están condenados a desentenderse, y a estos últimos no les queda otra opción que mirar hacia otro lado. Las librerías se tornan en una magnífica opción.
Santiago Díaz Bravo

lunes, 11 de octubre de 2010

EL INGENIERO QUE HIZO DE POLÍTICO

Adán Martín fue una buena persona, que a fin de cuentas es lo mejor que puede decirse de un ser humano. Amable, cercano y defensor incansable de sus postulados, nadie puede objetarle falta de entusiasmo, empeño o trabajo. A menudo, durante su etapa como presidente regional, se iba a la cama a altas horas de la noche con una pila de expedientes que sólo abandonaba cuando el sueño le vencía. Sus colaboradores, especialmente las familias de éstos, terminaron por acostumbrarse a que los convocara cualquier domingo por la tarde, en su residencia de Vistabella, para tratar asuntos que consideraba urgentes. Devolvió con creces, en esfuerzo y sacrificio, la confianza que los canarios depositaron en él.
Pero su hoy recordada figura no ha logrado desvincularse de la arraigada costumbre de lanzar flores a tutiplén sobre las mortajas. Acaso el dolor que provoca el adiós de un ser querido y admirado impida acercarse a su legado con el talante de quien, sabedor de que la infalibilidad es una virtud reservada a los dioses, espera hallar luces y sombras en tan memorable biografía. Y es que Martín, hombre de ideas claras y clarividentes, fue un magnífico concejal y un excelente presidente del Cabildo. El Gobierno de Canarias, sin embargo, no estaba hecho para él, seguramente porque él no estaba hecho para la política.
Adán Martín fue un avezado gestor capaz de idear y materializar cualquier plan. Los gobiernos locales, donde la actividad administrativa prima sobre las procelosas aguas de los cenáculos políticos, fueron el hábitat adecuado para un ingeniero que pensaba como tal. Con la política se topó de frente cuando, cargado de proyectos, desembarcó en la jefatura del Gobierno autonómico.
En su nuevo desempeño no bastaba con reunirse con los técnicos, reflexionar y tomar la decisión que entendía adecuada. Había que hablar con éste, aquel y el de más allá, repensarlo todo, evitar agravios reales o ficticios, esperar más de la cuenta hasta que las aguas se calmaran y empezar de nuevo para, probablemente, regresar al punto de partida. Demasiado enrevesado para un ingeniero.
Con todo, a pesar de que aquella insufrible incomodidad impidió que desarrollase sus cualidades, aún resuenan los ecos de sus razonamientos acerca de la necesidad de que las islas mejoren sus infraestructuras de transporte, miren con confianza hacia África o se hagan valer en Bruselas. Su impronta teórica permanece viva, y sus planes, al fin y al cabo, acabarán por materializarse con el paso de los años por pura lógica, porque será lo mejor para Canarias. Lástima que él no vaya a poder asistir al triunfo de sus propias ideas.
Santiago Díaz Bravo